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viernes, 14 de junio de 2013

ARREPENTIMIENTO, PERDÓN Y TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO.

1.- Sin arrepentimiento no hay perdón de Dios y sin la luz de Dios no hay arrepentimiento. Arrepentirse es hacer un cambio respecto a formas de pensar y actuar previas que son consideradas ideologías erróneas o malas acciones o conductas indebidas. No es un simple remordimiento que no pide perdón ni hace un cambio de vida. En griego arrepentimiento significa “cambio de mente” (metanoeo) que lleva a un cambio radical de vida. El perdonar y el pedir perdón no están entre los objetivos fundamentales de algunas formas actuales de vida que pretenden entender la sociedad humana y la historia, como un campo de confrontación a veces muy violento, entre personas que oprimen a otras más frágiles o sin poder suficiente para oprimir a su vez, como respuesta o reacción fatal. En esta situación no hay perdón ni arrepentimiento. El amor sería ilusorio y el odio o la fuerza es lo que mueve o motiva la vida y los cambios sociales. Esta visión histórica es la negación más radical del cristianismo y pretender vincularla con la fe cristiana, es la falsificación más monstruosa de los valores cristianos. Al contrario, el arrepentimiento hace posible volver a retomar una vida de justicia y fraternidad. Aceptar que nos pidan perdón, perdonar y reconciliarnos con los demás, hace posible la continuidad de la historia humana en su sentido más profundo: construir el Reino de Dios, que es don y que se consumará más allá de la historia. 2.- El arrepentimiento no se queda oculto en la conciencia o en la intimidad más personal, se manifiesta en la vida social. De la misma manera como el mal cometido afecta directamente las relaciones humanas. David, Rey de Israel, abusó de su poder consumando un crimen. Se arrepintió sinceramente, pidió perdón a Dios y fue perdonado, quedaron consecuencias que no anularon este perdón: en su casa se hizo presente la violencia, como lo registra la Escritura. A pesar de esto, su arrepentimiento quedó como un prototipo para todos los tiempos, porque fue realmente perdonado por Dios y se cumplió el sentido mesiánico de su reinado, el plan de salvación se consumó en Jesús, el “hijo de David”, siglos después. 2ª Sam 12, 7-10 “dijo el Profeta Natán al Rey David: “Así dice el Dios de Israel: ´Yo te consagré rey de Israel y te libré de las manos de Saúl, te confié la casa de tu Señor y puse sus mujeres en tus brazos; te di poder sobre Judá e Israel, y si todo esto te parece poco, estoy dispuesto a darte todavía más. ¿Por qué, pues, has despreciado el mandato del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? Mataste a Urías, el hitita, y tomaste a su esposa por mujer. A él lo hiciste morir por la espada de los amonitas. Pues bien, la muerte por espada no se apartará nunca de tu casa, pues me has despreciado, al apoderarte de la esposa de Urías, el hitita, y hacerla tu mujer´”. David, se arrepiente y Dios lo perdona. 2ª Sam 12, 13 “David le dijo a Natán: “¡He pecado contra el Señor!”. Natán le respondió: “El Señor te perdona tu pecado. No morirás”. El arrepentimiento y el perdón de Dios, ambos dones asumidos libremente por el creyente que pide ser perdonado, se hacen concretos en la realidad temporal donde vivimos todos los días. Son realidades históricas y trascendentes a la vez. 3.- El perdón de Dios, cambia la vida, transforma el diario vivir. Reconocer el mal que nos oprime y del cual somos responsables y creer en la salvación de Jesucristo, que nos purifica y transforma nuestro ser personal, no es un hecho intimista. Tampoco podría ser un cumplimiento de normas o rituales, que nos permitieran salvarnos por nosotros mismos. La ley de moisés o cualquier otra ley o técnica esotérica no salvan a nadie ni trasforman radicalmente a un hombre o mujer. Gál 2, 16. “Sabemos que el hombre no llega a ser justo por cumplir la ley, sino por creer en Jesucristo. Por eso también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por cumplir la ley. Porque nadie queda justificado por el cumplimiento de la ley”. Es Cristo, el único salvador del mundo. Salvador que no se impone a nadie, libremente se acepta y se ama y se tiene como centro transformador de la vida. Él vive en cada creyente, y hace posible la transformación del mundo. Esto no es alegórico, es real. Cristo, nos salva en medio del mundo y lo transforma. La forma de ser de un cristiano repercute en la sociedad civil, en el mundo, porque en su vida se manifiesta Cristo, salvador del mundo. Gál 2, 19-21 “Por la ley estoy muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo. Vivo, pero ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Pues mi vida en este mundo la vivo en la fe que tengo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Así no vuelvo inútil la gracia de Dios, pues si uno pudiera ser justificado por cumplir la ley, Cristo habría muerto en vano”. 4.- Sin el arrepentimiento y el perdón salvador de Dios, nuestras vidas perderían el sentido cotidiano y final. La fe, esperanza, amor, bondad, gozo, etc. el mismo arrepentimiento y don de perdonar y ser perdonados, son más concretos de lo que cierto espiritualismo seudo-cristiano intenta hacer creer. Si resulta evidente que en el fondo de la visa social, política, económica, cultural, etc. se da un conflicto de intereses, egoísmo, falta de amor, etc. La reconciliación fruto del perdonar y ser perdonado, del arrepentimiento en definitiva, son siempre necesarios para hacer posible la solidaridad, los derechos humanos, el respeto en todas sus formas, la democracia, la justicia, la vida de Iglesia, de comunidad, etc. 5.- En Lc 7, 36 – 8, 3 una mujer que necesitaba ser perdonada, rompe las costumbres establecidas y Jesús que también las rompe o sobrepasa encontrando lo esencialmente humano, le dice que sus pecados fueron perdonados. Le explica al fariseo Simón, que había sido perdonada por lo mucho que había amado. Luego le dice a la mujer: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”. Esta paz, fruto del perdón y el arrepentimiento es un germen de un nuevo mundo según la voluntad de Dios. Es la reconciliación el fundamento de una nueva convivencia fraternal, no cambiarse al lugar del opresor y no superar los mecanismos de dominación y explotación. La dominación de los ex-oprimidos es tan nefasta e inhumana como cualquier otra opresión, porque se nutre del odio, violencia y no del mutuo perdón y arrepentimiento que nos hace a todos responsables y necesitados del perdón salvador de Dios. 6.- Cantemos con el Salmo 31. Perdona, Señor, nuestros pecados. “Dichoso aquel que ha sido absuelto de su culpa y su pecado. Dichoso aquel en el que Dios no encuentra ni delito ni engaño. Ante el Señor reconocí mi culpa, no oculté mi pecado. Te confesé, Señor, mi gran delito y tú me has perdonado. Por eso, en el momento de la angustia, que todo fiel te invoque, y no lo alcanzarán las grandes aguas, aunque éstas se desborden. Alégrense con el Señor y regocíjense los justos todos, y todos los hombres de corazón sincero canten de gozo”. Para transformar al mundo, necesitamos perdonarnos mutuamente y ser perdonados por Dios. De la violencia, odio, falta de perdón y venganza, nacen nuevas opresiones, que no son frutos de un cristianismo auténtico. Mario Andrés Díaz Molina: Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule.

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