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domingo, 26 de agosto de 2012

LOS OTROS HIJOS Y NIETOS DE LA DICTADURA Y EL POSIBLE FUTURO COLAPSO DE LA DEMOCRACIA CHILENA.

LOS OTROS HIJOS Y NIETOS DE LA DICTADURA Y EL POSIBLE FUTURO COLAPSO DE LA DEMOCRACIA CHILENA. Una de las herencias más transversales de la dictadura, explicitada o validada por voces públicas o de la calle, es la satanización de la política. Es el fondo de un chiste muy celebrado decir que ser político es lo mismo que ser ladrón, mentiroso, corrupto, etc. Pero, el político ladrón, corrupto, etc. es siempre el otro. Es el otro partido, es el otro dirigente sindical, es el que tiene otro pensamiento u otros intereses. En Chile existió un poderoso que concentraba en su persona un poder sin contrapeso; el poder judicial aparentaba autonomía, pero estaba bajo su control, la función legislativa era un decorado de su trono; entre sus numerosos poderes, estaba el poder de dar vuelta la página, estar informado del movimiento de todas las hojas de los árboles, etc. Decía que era un apolítico. Según él, lo que realizaba como un Jefe Supremo del aparato de poder autoritario, no era político. La política era mala. Los “señores políticos” siempre estaban en sus discursos como seres corruptos, culpables de todos los males. Solamente los apolíticos podían salvar a Chile. Mucha gente se hizo “apolítica” y escuchaba complaciente sus discursos “apolíticos”. No pocos empresarios compraron a precios “populares” empresas del Estado, de todos los chilenos y gastaban sus hermosas y suaves lenguas gritando: “somos apolíticos”, generamos empleos, trabajamos no practicamos la “sucia política”. Hoy estos empresarios son poderosos, tienen un poder económico que determina los poderes políticos. Ejercen un poder que tiene consecuencias permanentes en la política nacional. Pero se autodefinen como “apolíticos”. Hay que hacer notar que con esta lógica tendría que ser posible ejercer el poder presidencial apolíticamente, sin política, que sería como desarrollar una matemática sin el concepto de cantidad o número o pensar sin ideas, etc. Sociológicamente todo poder es político, incluyendo el poder eclesiástico o el poder económico. En la actual situación globalizada un empresario grande o multinacional tiene más poder que el Senado o el Presidente de la República. Hoy escuchamos otros gritos que dicen: todos los políticos son ladrones, mentirosos, etc. y la voz de este Jefe Supremo se vuelve a escuchar a través de estas voces nuevas y viejas. Lo curioso es que los que gritan parecen paridos por otras madres. Estos hijos y nietos (de padres que alguna vez fueron políticos y que cuando este Jefe Supremos se hizo polvo (literalmente), porque no quiso experimentar la putrefacción como los mortales que son políticos y todas esas cosas sucias, celebraron con gritos y consignas muy antiguas este nuevo dicho “se hizo polvo”) repiten casi copiando, el mismo discurso: la política es mala y no hay que interesarse en esta “excreción” de la vida humana. Según una encuesta del Injuv. el 73% de los jóvenes no puede nombrar al menos 5 diputados y más del 70% no sabe qué es el sistema binominal. Esto no es patrimonio exclusivo de los jóvenes. Los que leen la política con un doble estándar y ven el mal solamente en el frente, en los otros, se solapan detrás de estos resultados, y gritan: “sin partidos, los partidos son malos” y en la noche reciben a algunos jóvenes y viejos en sus “guaridas partidarias” y los instruyen en su campaña contra los “políticos”. Esta es una forma de fornicar con el poder deseado y tener un discurso anti-político. ¿Buscan causar el colapso de la democracia? Esta visión negativa de la política es la peor herencia de la dictadura. Es el miedo y la desconfianza hacia la política, “inculcados a fuerza de represión, desapariciones, tortura y férrea propaganda, hicieron que hoy tengamos un evidente retroceso en la vida comunitaria, en donde el valor de lo colectivo es infinitamente menor frente al individualismo. Y hay que decirlo claro: la derecha más dura de hoy estuvo de acuerdo con ese diseño, lo alentó y aún cree y dice que la política es mala”. Pero desde el otro extremo se fomenta esta misma descalificación de lo político. Es una aplicación perversa de la dialéctica con un sello anti-democrático. El futuro de la democracia chilena, su estabilidad depende en buena medida de la recuperación ética de la política. La política no es para los que se aprovechan de los demás. No es una forma de vivir del trabajo de los demás. La política depende de la naturaleza humana, puede ser mala o buena, ambivalente, sucia o digna como un buen político o líder auténtico o corrupta como una mafia de grandes intereses y poderes anti-populares. Una forma de controlar y evitar la corrupción masiva de la política es la participación del pueblo organizado en el control cívico de los poderes públicos. La democracia meramente representativa está casi agotada, no responde a las nuevas sociedades de masas aplastadas por los grandes intereses globales. Esta democracia deteriorada necesita ser potenciada con una organización popular dialécticamente equidistante de la clase dominante y anarquismos que sueñan con partir de cero y así hacer posible un realismo político que supere los “espejismos de poder” que chocan con los muros de hierro de este sistema neo-liberal. Un ejemplo de este “espejismo de poder” son las protestas y tomas estudiantiles que demasiadas veces terminan con un “beso a la violencia” y son duramente reprimidas y sin resultados efectivos o sin conseguir lo esperado. Tal vez ahora es el momento de movilizarse ante las elecciones municipales. Y hay que considerar que cualquier movimiento de recuperación democrática, está contra el tiempo: el consumismo esencialmente individualista destruye día a día o debilita el discurso de un ciudadano activo y con poder político de decisión en la base y lo reemplaza por un consumidor pasivo, tal vez lleno de odio anti-capitalista, pero estéril, políticamente castrado, alienado en ideologías inoperantes, que es fácilmente manipulado y seducido por los creadores de adicciones y deseos artificiales. Casi la mitad de los jóvenes anuncia que no va a votar en las municipales. “El remedio al lastre que nos dejó la concepción dictatorial de la política es justamente tener más y mejor política. La política no es el debate de los cupos para las municipales, no es si debemos seguir las encuestas o ir a primarias, no debe ser la pelea por proyectos personales, ni menos si tal postulante eligió a tal o cual candidato para sacarse una foto”. “Si en el Injuv se dieron cuenta en 2012 de que los jóvenes ven pasar las decisiones importantes por el lado sin sentirse interpretados ni empoderados, entonces ¿por qué no dieron una conferencia de prensa para pedir el urgente fin del sistema binominal? ¿Por qué el Injuv no pide la restitución de las horas de Educación Cívica o más horas de Historia?” Se dice que: “Chile tiene la legislación que tiene en temas de educación, salud, previsión, minería, laboral y pesca, porque nunca la Concertación tuvo los votos para terminar con el empate ficticio que impuso la dictadura en su Constitución de 1980”. Tal vez, pero el desarrollo presente y futuro de la democracia chilena no puede depender de reacciones tan pasivas frente a estos lastres de la Constitución del 80. Los aportes para renovar auténticamente la democracia son diversos, multi-ideológicos y en algunos casos novedosos, pero siempre democráticos. Los que nos identificamos con el paradigma del comunitarismo personalista tenemos el desafío de dejar nuestra impronta política, social y cultural en la historia de Chile. (*) Estudiante de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Educador Comunitario.

sábado, 25 de agosto de 2012

“LA CARNE DE DIOS ES VIDA ETERNA”

“LA CARNE DE DIOS ES VIDA ETERNA” DOMINGO 21 del Tiempo Ordinario - Ciclo "B" - 26 de Agosto de 2012 - El Evangelio de hoy nos muestra cómo el “pan” del escándalo terminó en abandono de muchos: algunos seguidores más o menos firmes, y también muchos discípulos de Jesús lo dejaron al escandalizarse porque les daría a comer el “pan” que es su propio cuerpo. “Mi carne es verdadera comida y mi sangr e es verdadera bebida” (Jn. 6, 55.60-69). Nos cuenta el Evangelio que al oír esto muchos discípulos de Jesús dijeron, pensaron y comentaron que ya eso era “intolerable, inaceptable”. Y Jesús, lejos de ceder un poco para tratar de impedir la huída de muchos de los suyos, más bien exige una elección. Los presentes no lograban entender, mucho menos aceptar, cómo los alimentaría con su propia carne. Y Jesús da una explicación un tanto difícil de captar: “¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha”. ¿Qué puede significar esa explicación del Señor? Eso de comer la carne, que parece cosa muy terrenal, se justifica en el caso del Pan de Vida, porque esa carne es la de Cristo resucitado. Es decir: El Señor nos está hablando de una realidad material transformada en una realidad espiritual por el Espíritu. Y como es el Espíritu el que actúa, por eso da vida, Vida Eterna. Pero para aprovechar este alimento hay que tener fe. Quien cree recibe esa realidad espiritual que no se puede ver. Quien cree participa de la vida de Cristo resucitado. Quien cree se une a la Vida de Dios mismo. Decíamos en artículos anteriores que este “Pan” es un pan especialísimo, pues lo comemos, pero quien actúa es Cristo resucitado, no el pan ingerido. Y Cristo actúa asimilándonos a Él. Al recibirlo es Él quien nos transforma y nos une a Él. “Nos unimos a Él y nos hacemos con Él un solo cuerpo y una sola carne” (San Juan Crisóstomo). Y al recibir ese “Pan” e ir dejándonos santificar por ese “Pan de Vida” Cristo nos llevará a donde Él se fue cuando ascendió al Cielo, a donde los Apóstoles que permanecieron fieles, lo vieron subir: a donde estaba antes. Justamente, Cristo bajó del Cielo, para rescatarnos a nosotros y llevarnos con Él. Y eso será posible si no nos escandalizamos, si creemos en su Palabra, si seguimos su Camino, si -como Él- cumplimos la Voluntad del Padre. Y seguirlo a Él significa optar por Él en cada circunstancia de nuestra vida. No basta elegirlo una sola vez y después irnos desviando poco a poco: nuestra elección tiene que ser renovada, constante y permanente. Por otro lado, separase de Él puede también ser en forma progresiva. Este pasaje del Evangelio da a entender que Judas pudo haber comenzado apartarse del Maestro al escandalizarse también con este discurso. Dice el Evangelio: “En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían en Él y quién lo habría de traicionar”. Es lo mismo que sucedía al pueblo de Israel a lo largo de su historia (Jos. 24,1-2.15-17.18): o escoge la idolatría o se decide por Yahvé; o Dios o los ídolos. Y aunque la decisión inicial estaba tomada a favor de Yahvé, muchos a lo largo del camino se van quedando con los ídolos. Siempre -es cierto- quedaban algunos fieles, pero muchos se iban quedando fuera. Es lo mismo que sucede con el nuevo pueblo de Dios, todos nosotros que formamos su Iglesia de hoy. Inicialmente elegimos a Dios, pero no basta elegir a Dios una sola vez en la vida: esa elección hay que renovarla constantemente, en especial ante ciertas disyuntivas. Es imposible servir a Dios y también servir a los ídolos modernos: el dinero, el poder, el placer, las teorías contra la fe y, en general, todo lo que el mundo nos vende como valioso y hasta necesario. Esa elección que tenía que hacer el pueblo de Israel y que tuvieron que hacer los seguidores de Jesús en el momento de su discurso sobre el Pan Eucarístico, se nos presenta también a nosotros. Y Cristo podría preguntarnos también: “¿También ustedes quieren dejarme?”. Y nuestra respuesta no puede ser otra que la de Pedro: “¿A dónde iremos, Señor si sólo Tú tienes palabra de Vida Eterna?”. Creer y vivir el misterio del “Pan de Vida” fue en ese momento el toque de distinción del verdadero seguidor de Cristo. Y hoy también lo es. (*) Estudiante de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Educador Comunitario.

domingo, 19 de agosto de 2012

EL TESTIMONIO ESPIRITUAL DE MI MADRE.

EL TESTIMONIO ESPIRITUAL DE MI MADRE. La experiencia religiosa tiene su primer origen en el deseo salvífico de Dios. Dios nos “desea” desde lo profundo de su amor. El amor es un deseo inefable que integra todas las vitalidades de nuestro ser personal. Este deseo se hace concreto en nuestra vivencia humana. Lo mistérico se hace cotidiano. Tan concreto y sencillo como el amor de una madre. En este caso se hace presencia santa en el amor de mi madre. Mi madre, es una mujer muy humilde y sabia, que vivió el dolor que le generó una madre ausente que la abandonó por un amante. Sufrió la destrucción de su hogar, de su núcleo familiar. Su padre, mi abuelo, la recluyó en un internado de María Auxiliadora, en Santiago, allí creció y se hizo mujer y creyente. Fue novicia teresiana, pero por faltarle unos documentos familiares, (según el derecho canónico de ese tiempo anterior al concilio vaticano II) no pudo continuar en esta consagración religiosa. Después estuvo un año como hermana franciscana, pero no era su vocación y se retiró. Su vocación era carmelita no franciscana. Con los años se casó. Su espiritualidad teresiana-carmelita marcó mi infancia y adolescencia y toda mi vida. No digo que sea santa, pero su vida es una fuente de mi fe. En su humilde existencia se manifiesta Dios que me ama en su amor de madre. Mi madre es realmente pobre de espíritu y sin violencia ni arrogancia, y sin saberlo, denuncia las falsas pobrezas de quienes se disfrazan de pobres y son cómplices y complacientes con los que cosechan las utilidades de este sistema y se quedan en discursos populistas sin hechos concretos que cuestionen efectivamente la prepotencia de los que menosprecian a los pobres y humildes de este mundo. Este poema que registro a continuación y que escribí hace un tiempo sobre el testimonio espiritual de mi madre, intenta reflejar esta impronta de mi “sagrada madre”. (Pido oraciones por ella, se encuentra enferma) Mi Madre, una pobre de Yahvéh (Poema para un espíritu de pobre) Madre inmortal, fuente de mi origen Camino recorrido de los pobres de Yahvéh. Nunca tan libre, porque nunca tan pobre como en su digno atardecer. Alumbra el sol, su inmensa pequeñez. Su niña invisible, creció en su silencio. No se quiebra su espalda laboriosa ni se extingue el fuego de su hogar. Su dolor es una dulce sonrisa; en su alegría canta un ruiseñor. La envidia no entristece su existencia. La pretensión, no falsea su dignidad. La mediocridad, no ha envilecido su vida. La calumnia, no la complace. La arrogancia, no la conmueve. No vive en el vano consumo ni busca efímeras glorias. No la enceguece el odio de clases ni los violentos le arrebatan su paz. Su realeza de mujer nunca abdicó. Mañanas, tardes, noches, la ven consagrar al cotidiano existir; cultivar en el huerto su paciencia. Compartir su pan con el frío del hambre; acoger al indigente, regalar su fe al agobiado. Reposará incorrupta en mi tierra natal. No la olvidarán nuestros huesos ni sus huellas nos dejarán de guiar. Cantaré con mi llanto su ausencia. Ocultará su mirada, la luz del amanecer... Mario Andrés Díaz Molina: Estudiante de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Educador Comunitario.

domingo, 12 de agosto de 2012

ALABEMOS SIEMPRE Y EN TODO MOMENTO

Una característica que resalta en los grupos de oración de la Renovación Carismática Católica es la alabanza, que nace del corazón como una respuesta al Amor de los Amores. El apóstol nos dice: “Estad siempre alegres, orad sin cesar, en todo dad gracias” (1 Tes. 5,17). “Alégrense en el Señor en todo tiempo” (Fil. 4.4). EL Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2639, dice: “La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace sino por lo que El es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (Rom 8, 16), da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquél que es su fuente y su término: "un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1a Cor 8,6). Si no alabamos a Dios en la alegría y en la tristeza, en la paz y en el sufrimiento, ALABEMOS SIEMPRE Y EN TODO MOMENTO en la vida y frente a la muerte, jamás seremos los líderes que esta corriente de gracia necesita. Tenemos que alabar porque gloriamos a Dios, no porque nos guste a nosotros. Si no alabamos con el corazón no podremos vivir un Pentecostés en nuestros grupos de oración y en nuestras vidas y por ello, no podremos ser “discípulos misioneros de Jesucristo para que en EL nuestros pueblos tengan vida”. Pero para alabar con el corazón necesariamente tenemos: “Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, enseñándoles y exhortándoles unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos, himnos y alabanzas espontáneas. Que la gracia ponga en sus corazones un cántico a Dios. Y todo lo que puedan decir o hacer, sea de palabra o de hecho, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de El”. Que la palabra del Señor ilumine siempre la alabanza que sale de nuestra boca, sea agradable a Dios y llene de gozo nuestro corazón. Alabado y glorificado sea el Padre de nuestro Señor Jesús.

jueves, 9 de agosto de 2012

“VIVO YO, MAS NO YO, SINO QUE VIVE CRISTO EN MÍ”.

“VIVO YO, MAS NO YO, SINO QUE VIVE CRISTO EN MÍ”. DOMINGO 19 del Tiempo Ordinario - Ciclo "B" - 12 de Agosto de 2012 - Después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, hubo personas que comenzaron a buscar a Jesús con más interés y a hacerle preguntas importantes sobre lo que Dios quería de ellos, pero siempre requerían de un signo ¡cómo si no fueran suficientes los milagros que iba realizando por donde pasaba! En una de esas conversaciones con Jesús se refirieron al maná que comieron sus antepasados en el desierto. Jesús les habló de otro “pan”, muy superior al maná, porque quien lo comiera no moriría. Ellos le pidieron a Jesús que les diera de ese pan “que baja del cielo y da vida al mundo” (Jn. 6, 24-35). Llegó a un punto el diálogo en que Jesús les dijo que Él mismo era ese “pan”: “Yo soy el Pan de Vida que ha bajado del Cielo”. Pero... ¡gran escándalo! El Evangelio de hoy (Jn. 6, 41-51) nos trae las murmuraciones que hicieron los que oyeron a Jesús hablar de ese “pan”: “¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo es que nos dice ahora que ha bajado del Cielo?” Al no tener fe, ni tampoco la confianza que la fe genera, tenían que escandalizarse. No confiaron en la palabra de Jesús y enseguida se pusieron a revisar su origen. Y, confiando en sus propios razonamientos, concluyeron que Jesús no podía haber venido del Cielo. A veces nosotros también confiamos más en nuestros razonamientos que en las cosas “imposibles”, que sólo se entienden y se aceptan en fe. Como la Eucaristía, ese “Pan” bajado del Cielo. A simple vista es una oblea de harina de trigo. Pero en esa hostia consagrada está ¡nada menos! que Jesucristo. Y está con todo su ser de hombre y todo su ser de Dios. Y está para ser nuestro alimento, un alimento “especial”. Pero para creer hace falta la fe. Cierto que la fe es un don, como nos dice el mismo Jesús en este Evangelio: “Nadie puede venir a Mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. Pero la fe también es una respuesta a ese don de Dios: “Todo aquél que escucha al Padre y aprende de Él, se acerca a Mí”. Ese alimento que es Cristo en la Eucaristía es un alimento “especial” porque nos da Vida Eterna. Bien le dice Jesús a sus interlocutores: “Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo murieron. Este es el Pan que ha bajado del Cielo, para que, quien lo coma, no muera... Y el que coma de este Pan vivirá para siempre”. Gran regalo que nos ha dejado el Señor: se entrega Él mismo para ser alimento de nuestra vida, y para ser alimento para la Vida Eterna. Así fue para el Profeta Elías, recibió un alimento que le dio fuerza para resistir una larga travesía hasta el monte santo de Dios, el Monte Horeb, a pesar de que antes de comerlo se encontraba sin fuerzas, casi muriendo. Nos cuenta la Primera Lectura de hoy (1 R 19, 4-8) que Elías estaba moribundo en el desierto. Pero Dios envió un Ángel que lo despertó para darle comida. Y “con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios”. Ese alimento divino que restauró las fuerzas de Elías para realizar esa travesía por el desierto hasta llegar al monte de Dios, recuerda el alimento eucarístico que nos da a nosotros fuerza para realizar el viaje hacia la eternidad, viaje que -por cierto- ya hemos comenzado todos los que vivimos en esta tierra. En el Antiguo Testamento hay varias prefiguraciones del Pan Eucarístico, entre ellas la más conocida tal vez sea la del maná. Pero este pasaje en la vida del Profeta Elías también nos recuerda la Eucaristía. Pero, adicionalmente, esta circunstancia en la vida del gran Profeta Elías puede aplicarse a aquéllos que se sienten muy fuertes, física y/o espiritualmente, y piensan que nunca van a estar debilitados o que nunca deben sentirse débiles o reconocerse débiles. Las insuficiencias físicas y los abatimientos espirituales son experiencias muy útiles para sentir nuestra debilidad, debilidad que es característica de los seres humanos, pero que suele ser tan rechazada, disimulada o escondida. Al sabernos y reconocernos débiles, insuficientes, Dios puede mostrarse en nosotros. Bien lo dice San Pablo, en una de sus citas memorables: “Por eso me alegro cuando me tocan enfermedades, persecuciones y angustias: ¡todo por Cristo! Cuando me siento débil, entonces soy fuerte (2 Cor. 12, 10). Y es también San Pablo quien en la Segunda Lectura de hoy (Ef. 4,30-5,2) nos recuerda que debemos vivir “amando como Cristo que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y víctima”. Se entregó por nosotros en la cruz y se entrega a nosotros en cada Eucaristía, memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección. Si Él nos ama así ¡cómo no retribuir en “algo” ese amor! amándolo a Él, primero que todo y amándonos entre nosotros como Él nos enseña a amarnos, no sólo evitando las maldades de que nos habla San Pablo en esta Segunda Lectura, sino también dando la vida. Y dar la vida no significa llegar a morir por los demás, como Cristo, aunque se han dado y se siguen dando casos de martirios genuinos. Dar la vida significa, también, pensar primero en procurar el bien de los demás y luego en el propio... Y puede ser que hasta se llegue a olvidar el bien propio. ¿Imposible? Muchos lo han hecho. Algunos aún lo hacen. No es imposible. Recordemos, pues, que la fuente de donde recibimos las gracias para poder actuar como Cristo, en entrega de amor a Dios y a los demás, está en la Eucaristía, que es –como hemos dicho- el alimento para nuestro viaje a la eternidad. “La gracia de esta comunión, Señor, penetre en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida”. Sólo así podrá ser Cristo Quien viva en nosotros y no nosotros mismos, según la expresión de San Pablo a los Gálatas (cf. Gal. 2, 20). Así, la presencia divina de Jesús, recibido en la Comunión Eucarística puede impregnar nuestro ser tan íntimamente, que podemos llegar a ser cada vez más semejantes a Cristo. Mario Andrés Díaz Molina: Estudiante de 5° año en práctica profesional de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Educador Comunitario.

jueves, 2 de agosto de 2012

¡LA VIDA MISMA DE DIOS ES NUESTRO ALIMENTO ESPIRITUAL Y CORPORAL! DOMINGO 18 del Tiempo Ordinario - Ciclo "B" - 5 de Agosto de 2012 - Hemos oído hablar del maná en el desierto, y hasta usamos este término para significar que no debemos esperar que las cosas nos bajen del cielo, como ese alimento milagroso que fue el maná. El pasaje de la Biblia que viene como Primera Lectura de este domingo nos narra este prodigio alimentario. (Ex. 16, 2-4 y 12-15). Los hebreos habían sido sacados de la esclavitud a que estaban sometidos en Egipto en forma más que prodigiosa (las plagas de Egipto, la división del Mar Rojo, etc.). Y a pesar de todas esas muestras extraordinarias de la atención divina y del poder magnificente de Dios- al encontrarse en el desierto- comenzaron a protestar. Y a protestar en forma retadora y amarga: “Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos”. ¡Qué atrevimiento! Es cierto que protestaban a Moisés y Aarón, pero en el fondo el reclamo era contra Dios. Y ¿qué hace Dios? A pesar de la brutalidad del pueblo escogido, les muestra una vez más su amorosa atención y su maravilloso poder. He aquí la respuesta que envía Dios a través de Moisés a ese pueblo desconfiado: “Diles de parte mía: ‘Por la tarde comerán carne y por la mañana se hartarán de pan, para que sepan que Yo soy el Señor, su Dios’”. En la tarde se llenaba el campamento de codornices y todas las mañanas amanecía el suelo cubierto de una especie de capa como de nieve que servía de pan. Dios les daba el alimento material necesario para subsistir en la travesía por el desierto. Esa atención amorosa de Dios es lo que se denomina en Teología la “Divina Providencia”, por medio de la cual nos da, no sólo el alimento, sino todo lo que verdaderamente necesitamos. Dios conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y verdaderamente se ocupa de ellas. Si fuéramos perceptivos a las gracias divinas, podríamos darnos cuenta de cómo Dios se ocupa de nosotros directamente. Es Dios Quien se ocupa de “nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11), frase que Él mismo nos enseñó a decir en el Padre Nuestro. Los hebreos protestaron, a pesar de haber visto y vivido las maravillas que Dios hizo para salvarlos de la esclavitud de los Egipcios. Y nosotros, hombres y mujeres de hoy, seguimos protestando a pesar de que hemos conocido de esos prodigios y de muchísimos más que Dios ha hecho desde aquel remoto momento del éxodo de los israelitas del país de Egipto hace unos 3 1/2 milenios (3.400 años), hasta nuestros días. Al antiguo pueblo de Israel, Yavé tenía que domarlo, enseñarlo, entrenarlo, pues era de “dura cerviz” (Ex. 32, 9 y 33, 3). Era un pueblo primitivo, indómito, terco, inculto, rudo. Pero nosotros ya hemos conocido la salvación que Cristo nos vino a traer, ya hemos conocido el don de Dios. “Si conocieras el don de Dios” (Jn. 4, 10), dijo Jesús a la Samaritana. ¿Conocemos la Gracia Divina, la Vida de Dios que Cristo nos consiguió al redimirnos?‘. Con razón San Pablo nos alerta en la Segunda Lectura (Ef. 4, 17 y 20-24), que no debemos vivir como los paganos, con criterios vanos. Porque, si ya nosotros conocemos a Cristo, si ya Él nos ha enseñado a dejar el viejo modo de vivir, “ese viejo yo, corrompido por deseos de placer”, si ya sabemos que Dios se ocupa de nosotros… ¡cómo es que aún protestamos a Dios en cuanto nos llega cualquier dificultad! Estamos olvidando la atención cuidadosa y amorosa de Dios en nuestro diario vivir y también las muchas intervenciones extraordinarias que ha hecho a lo largo de nuestra vida y a lo largo de toda la historia de la humanidad. Podría tal vez caernos el reproche del Señor: “Me buscan porque comieron de aquel pan hasta saciarse”. ¿Cuántos son los que buscan a Dios por lo que Dios es y merece? Por otro lado, ¿cuántos son los que lo buscan por lo que creen merecer ellos? ¿No son los más aquéllos que buscan a Dios por cuestiones materiales, por ventajas temporales? Santa Teresa de Jesús bien habla de que debemos buscar, no los dones del Señor, sino buscar al Señor de los dones. Y Jesús es claro en este Evangelio: “No trabajen (no se afanen) por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la Vida Eterna y que les dará el Hijo del Hombre”. Así pues, ese alimento diario, que pedimos en el Padre Nuestro y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual. Los hebreos se alimentaron del maná en el desierto. Era un pan que bajaba del cielo, pero era un pan material. Sin embargo, nosotros tenemos un “Pan” mucho más especial que “ha bajado del Cielo y da la Vida al mundo”. Ese Pan espiritual es Jesucristo mismo, Quien nos enseñó a pedir “nuestro pan de cada día”. Él es ese Pan Vivo que bajó del Cielo para traernos Vida Eterna. Pero para ello es necesario, antes que nada, practicar bien el consejo de Cristo en este pasaje: “La obra de Dios consiste en que crean en Aquél que Él ha enviado”. Nos habla Jesús de la Fe, de la Fe en Él como Dios y de la Fe en todo lo que Él nos propone y nos pide. Una de estas proposiciones es la que Él anuncia en este pasaje evangélico es la fe de su presencia viva en ese Pan del Cielo que es el Sacramento de la Sagrada Eucaristía, proposición que fue causa de escándalo para los que le seguían, como veremos en las Lecturas de los domingos sucesivos. Cristo se nos da en alimento, y unirse a Él en la Sagrada Comunión es –antes que nada- aceptar la Verdad, inclinando nuestro entendimiento ante su Palabra, que nos dice: “Yo soy el Pan de la Vida. El que viene a Mí, no tendrá hambre y el que crea en Mí nunca tendrá sed”. No nos quedemos pendientes solamente del alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos. Dios ha dispuesto que el pan material, el cual carece de vida, nos mantenga y conserve la vida del cuerpo. Y también ha dispuesto para nosotros ese otro Pan Espiritual que es la Vida misma, pues es Cristo con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios. (*) Estudiante de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Educador Comunitario.