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sábado, 29 de septiembre de 2012

¡EL ESPÍRITU SANTO, HACE POSIBLE CONSTRUIR LA IGLESIA COMUNITARIA!

¡EL ESPÍRITU SANTO, HACE POSIBLE CONSTRUIR LA IGLESIA COMUNITARIA! Domingo 26 del Tiempo Ordinario-Ciclo- “B”- 30 de septiembre de 2012.Las Lecturas de hoy (Evangelio y Primera Lectura) nos hablan del derramamiento del Espíritu Santo fuera del círculo más íntimo de la comunidad dirigida por el Señor. En efecto San Marcos (Mc. 9, 38-43.45.47-48) nos narra el episodio en el que el Apóstol Juan le dice a Jesús: “‘Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, como no es de los nuestros, se lo prohibimos’. Pero Jesús le respondió: ‘No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquél que no está contra nosotros, está a nuestro favor’”. Son palabras del Señor que hay que revisar muy bien, pues en otra oportunidad y, tratando el mismo tema de la expulsión de demonios, dijo lo contrario: “Quien no está conmigo, está contra mí” (Lc. 11, 23). En realidad, en el primer caso, Jesús reconoce que sus seguidores pueden estar fuera del pequeño grupo de sus discípulos. Pero en la segunda ocasión, está refiriéndose a un grupo que lo atacaba, que decía -¡nada menos!- que El echaba los demonios por el poder del mismo Demonio. ¡Acusación tremenda y definitivamente blasfema! Hay que saber diferenciar entre unos y otros. La Primera Lectura (Nm. 11, 25-29) nos narra un incidente en tiempos de Moisés. Nos cuenta que el Espíritu de Dios descendió sobre los setenta ancianos que estaban con Moisés y éstos se pusieron a profetizar. Pero el Espíritu Santo que “sopla donde quiere” (Jn. 3, 8), hizo algo inesperado: se posó también sobre dos hombres que, si bien no estaban en el grupo con Moisés, estaban también en el campamento. Y sucedió lo mismo que con el Apóstol Juan: Josué, ayudante de Moisés, pensó que debía prohibírseles profetizar a estos dos elegidos, que no pertenecían al grupo más íntimo. Moisés corrige a Josué y exclama que ojalá todo el pueblo de Dios recibiera el Espíritu del Señor. Estos dos episodios nos revelan que el Espíritu de Dios es libérrimo y que a veces se comunica fuera de los canales oficiales, lejos de la autoridad. Esos instrumentos más lejanos podrán ser genuinos siempre que sean realmente elegidos de Dios y siempre que respondan adecuadamente a esta elección, desde luego armonizándose siempre con la autoridad de la Iglesia de Cristo, y esta, a la voluntad de Dios (pues no es un poder absoluto, como una dictadura) como vemos que sucedió en estos dos casos que nos traen las lecturas de este domingo. Hay un caso muy famoso en el que el Espíritu de Dios se derramó en forma impresionante fuera del círculo íntimo inicial. San Pablo (Hech. 9), por ejemplo, no pertenecía a los Doce, ni siquiera estaban cerca de ellos, ni siquiera era cristiano: sabemos que más bien perseguía a los seguidores de Cristo. También está el caso de Cornelio (Hech. 10). Recordemos que si bien Jesucristo no quería que se marginara a sus genuinos seguidores, también nos previno contra los engañadores: “Se presentarán falsos cristos y falsos profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios capaces de engañar, si fuera posible, aun a los elegidos de Dios. ¡Miren que se los he advertido de antemano!” (Mt. 24, 24). La clave para saber quién es quién, está en darnos cuenta de que quien finge como instrumento de Dios, realmente lo sea, que esa persona verdaderamente actúe “en nombre de Jesús” -como nos dice el Evangelio de hoy- y que sea el Espíritu Santo Quien obre en él o en ella -como leemos en la lectura del Libro de los Números. Hoy la Iglesia está infiltrada por quienes ponen sus ideologías por sobre su misión religiosa. Incluso no quieren que se hagan los cambios necesarios para recuperar la fraternidad, el respeto a su diversidad interna y carismas; unos por ser ultraconservadores y otros porque no quieren una renovación que cuestiona el totalitarismo de sus democracias seudo-populares. Algunos pueden presentarse de manera más encubierta. Pero… “por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7, 16). Sabemos por la Sagrada Escritura y por la experiencia que Dios puede manifestarse en forma sobrenatural. Pero como Dios se revela de modo extraordinario y de hecho lo hace cuando quiere, como quiere, donde quiere y a través de quien quiere, nuestra actitud debe ser la de una entrega confiada en la providencia divina, sin estar buscando estas manifestaciones. Y cuando se dan estas manifestaciones extraordinarias, hay que tener mucho cuidado en no seguir falsos profetas. Pero tampoco podemos rechazar o ahogar aquéllas que genuinamente vienen de Dios, como bien nos indica San Pablo (1 Tes. 5, 12.19.21) y lo ratifica la Iglesia a través del Concilio Vaticano II:“Es la recepción de estos carismas, incluso los más sencillos, la que confiere a cada creyente el derecho y el deber de ejercitarlos para bien de la humanidad y edificación de la Iglesia, en el seno de la propia Iglesia y en medio del mundo, con la libertad del Espíritu Santo, que sopla donde quiere (Jn. 3,8), y en unión al mismo tiempo con los hermanos en Cristo, y sobre todo con sus pastores, a quienes toca juzgar la genuina naturaleza de tales carismas y su ordenado ejercicio, no, por cierto, para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan lo que es bueno (cf. 1 Tes. 5, 12.19.21)”. (Apostolicam actuositatem #3). El Evangelio de hoy también toca el pecado de escándalo, es decir, el pecado en que por dar mal ejemplo o por dar un mal consejo, podemos hacer caer a otros en pecado; es decir, cuando nuestra conducta o nuestra palabra pueden servir de ocasión de pecado para otros. Y Jesús fue sumamente severo con este tipo de pecado, especialmente cuando se escandaliza “a la gente sencilla que cree en El: ‘Más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar’”. Fue igualmente severo el Señor al exigirnos cualquier renuncia con tal de evitar los pecados que nos alejan de El y ponen en peligro nuestra salvación eterna: “Si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo, pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que ser arrojado con tus dos pies al lugar de castigo”. Y se refirió con la misma severidad al ojo y a la mano, todo para indicarnos lo importante que es nuestra salvación y lo grave que sería la condenación. Ningún esfuerzo es grande y ninguna negación imposible, cuando se trata de llegar a la Vida Eterna POR EL CAMINO DE LA FRATERNIDAD. (*) Estudiante en Práctica Profesional de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Educador Comunitario.