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jueves, 14 de mayo de 2015

Confesar los pecados y recibir el perdón de Dios, tiene como fruto la paz y el crecimiento espiritual en Cristo. Reflexiones Teológicas Dominicales. 17-mayo-2015.

Confesar los pecados y recibir el perdón de Dios, tiene como fruto la paz y el crecimiento espiritual en Cristo. Reflexiones Teológicas Dominicales. 17-mayo-2015. Todos hemos pecado, y una de las consecuencias del pecado es la culpa. Los sentimientos de culpa son sanos en la medida que nos llevan a buscar el perdón, la paz y recuperar el equilibrio interior. Al momento en que una persona se vuelve del pecado para poner su fe-esperanza-amor en Jesucristo, inicia un proceso de arrepentimiento que pasa por la confesión sacramental y hace posible un cambio de vida. El arrepentimiento, que es don de Dios, conduce a la salvación (Mateo 3:2; 4:17; Hechos 3:19) y a la paz interior y social. 1.- En Cristo, aún los pecados más viles son purificados (ver en 1 Corintios 6:9-11 la lista de hechos perversos que son perdonados). La salvación es por gracia. Siempre será posible el arrepentimiento y recibir el perdón y paz de Dios. “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” (1 Juan 2:1). 2.- “La liberación del pecado, sin embargo, no siempre significa liberación de los sentimientos de culpa. Aún cuando nuestros pecados son perdonados, todavía los recordaremos. Cuando un cristiano experimenta sentimientos de culpa, se propone hacer lo siguiente: a) Confesar todos los pecados conocidos y que no se hayan confesado. En algunos casos, los sentimientos de culpa son apropiados, porque la confesión es necesaria. Muchas veces, nos sentimos culpables ¡porque somos culpables! (Ver la descripción que hace David de la culpa y su solución en el Salmo 32:3-5). Un buen confesor, tiene que apoyar a un cristiano a acercarse a Dios. b) Pedirle al Señor que le revele cualquier otro pecado que necesite ser confesado. Ten el valor de ser totalmente abierto y honesto ante el Señor. “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad.” (Salmo 139:23-24). c) Confía en la promesa de Dios de que Él perdonará los pecados y quitará la culpa, basándose en la sangre de Cristo (1 Juan 1:9; Salmo 85:2; 86:5; Romanos 8:1). d) En ocasiones, cuando surgen los sentimientos de culpa sobre pecados ya confesados y abandonados, rechaza tales sentimientos como una culpa falsa. El Señor ha sido fiel a Su promesa de perdonar. Lee y medita en el Salmo 103:8-12. El Salmo 32 es un estudio muy provechoso. Aunque David había pecado terriblemente, él encontró la libertad, tanto del pecado como de los sentimientos de culpa. Él lidió con la causa de la culpa, y la realidad del perdón. El Salmo 51 es otro buen pasaje para investigar. El énfasis aquí es la confesión del pecado, la manera en que David ruega a Dios con un corazón lleno de culpa y dolor. Los resultados son la restauración y el gozo. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17)”. 3.- a) Cristo, no salva sin hacernos participar libremente en nuestra restauración espiritual. La presencia de Dios en nuestra realidad más humana, no nos hace pasivos, esto no significa que merezcamos nuestra salvación. Pero, sería contradictorio, después de tener claro, que necesitamos ser salvados por Dios, pretender ignorar nuestro crecimiento espiritual en Cristo. Porque Dios realmente nos purifica, podemos crecer en santidad y amor profundo a los demás y así ir transformando el mundo, esperando la manifestación definitiva del Reino de Cristo. b) El sacramento del Perdón, es Cristo mismo, que nos persona, nos purifica en medio de su Iglesia y de la humanidad. El pecado tiene consecuencias sociales y en medio de la sociabilidad humana, se nos da el perdón. El pecado no está en nosotros, porque seamos seres podridos que “secretamos pecado”. Un pesimismo hamartiológico (voz griega "hamartia" que significa pecado) no es necesario para justificar la salvación de Jesucristo. Basta que el pecado afecte la vida humana e impida el crecimiento espiritual en comunión con Dios, para quedar fuera del alcance humano, la salvación. Cristo, es nuestro único salvador. La salvación se hace efectiva en medio de este mundo, pero no desarrolla su plenitud en este mundo. El cielo, es la plenitud de la salvación. 4.- El cristiano no es un creyente sumido en la culpa. Decir esto de un cristiano, es un discurso anacrónico, que busca administrar los pre-juicios que han sembrado por décadas, los enemigos más deshonestos del cristianismo. La paz interior es una característica de todo auténtico cristiano. La felicidad interior en medio de todas las presiones del mundo es el sello de todos los santos y santas del cristianismo católico. Esto se puede entender, porque el equilibrio interior, fruto de una vida ordenada, es una fortaleza espiritual que permite soportar, a veces, heroicamente, la persecución de un mundo contrario a Dios. Este mundo logra penetrar en la Iglesia, pero hasta el momento no ha logrado deformar o tergiversar el cristianismo. Los santos son los testigos de una profecía siempre actualizada en la historia de la Iglesia: el mal no prevalecerá sobre la Iglesia. Solamente las sectas que buscan falsificar el cristianismo, hablan de una supuesta tergiversación que se hunde en una nebulosa mítica, que solicita una credulidad que ignora la sana racionalidad. La fe en cambio, ilumina la razón y la eleva al misterio, sin pretender racionalizar lo que no puede ser alcanzado por la razón. Al hacer esto, la razón puede reconocer su grandeza delimitada dentro de la lucidez. Conclusión: el perdón de Dios, es el fundamento de una sociedad más justa y fraterna, de una Iglesia reconciliada y que puede hacer efectivos los frutos de una familia que tiene como padre, al mismo Dios; como hermano, al único salvador del mundo, el Verbo encarnado y como amor transformador, al mismo Espíritu Santo, que renueva la fisonomía moral de la tierra y hace venir el Reino de Dios, que llegará a su plenitud al final de la historia y más allá de la muerte. Somos llamados a vivir la bienaventuranza de la paz en medio de esta sociedad plural y babilónica en sus anti-valores. Cristo, es el Señor de toda la creación y no el espíritu del mal. Nuestra paz interior, corazón de la paz social, es un sello que denuncia la maldad del mundo enemigo de Dios y del ser humano: hombre y mujer. El perdón de Dios nos da esa paz tan deseada por la humanidad. Mario Andrés Díaz Molina: Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule. Estudiante de Magister en Ciencias Religiosas y Filosóficas. Mención Filosofía. UCM.