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viernes, 24 de mayo de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO.

1.- Dios no es una energía impersonal interna o externa, que puede ser manipulada por medio de técnicas mentales inspiradas en un ocultismo panteísta. Dios es un ser que ama, que crea, que salva, que sana y esto supone inteligencia y libertad. Una energía impersonal que se confunde con la naturaleza no es libre ni inteligente. Amar sin libertad no es amar, es otra cosa, fatalismo o instinto. Amar es una realidad personal y personalizante. Para el cristianismo católico Dios es un ser “tri-personal”: tres personas en un solo Dios eterno. La Biblia nos revela en forma progresiva esta verdad fundamental que termina de revelarse con la Encarnación de Cristo. Es una doctrina bíblica original. Pretender encontrar fuera de la biblia esta doctrina, es forzar y falsificar otras creencias no- cristianas. En el Antiguo Testamento encontramos un Dios personal que fluye por la vitalidad de la creación, pero no se confunde con el cosmos. No es una energía cósmica. Es un Dios-Sabiduría que la poesía hebrea intenta describir con hermosura vital, sobre todo, su trascendencia y eternidad. Esta sabiduría es coeterna y está en Dios. Dice Prov. 8,22-26: “El Señor me poseía desde el principio, antes que sus obras más antiguas. Quedé establecida desde la eternidad, desde el principio, antes de que la tierra existiera. Antes de que existieran los abismos y antes de que brotaran los manantiales de las aguas, fui concebida. Antes de que las montañas y las colinas quedaran asentadas, nací yo. Cuando aún no había hecho el Señor la tierra ni los campos ni el primer polvo del universo”. Esta “sabiduría divina” es una “personalización” que se manifiesta a los seres humanos. Prov. 8, 30-31: “yo estaba junto a Él como arquitecto de sus obras, yo era su encanto cotidiano; todo el tiempo me recreaba en su presencia, jugando con el orbe de la tierra y mis delicias eran estar con los hijos de los hombres". 2.- Dios se refleja en la creación, sin confundirse con ella. Esto es muy importante para no perder el verdadero sentido de lo divino y de lo humano. Dios es en sí mismo el fundamento de la centralidad del hombre-mujer en el universo. Esta relación Dios-hombre-naturaleza es una comunión de vida. Es una religación salvadora y santificadora que inspira la admiración del amor creyente. Cantemos con el Salmo (8): ¡Qué admirable, Señor, es tu poder! “Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas, que has creado, me pregunto: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, ese pobre ser humano para que de él te preocupes? Sin embargo, lo hiciste un poquito inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos y todo lo sometiste bajo sus pies. Pusiste a su servicio los rebaños y las manadas, todos los animales salvajes, las aves del cielo y los peces del mar, que recorren los caminos de las aguas”. 3.- En Rm 5, 1-5 San Pablo nos dice que la “fe-vivencial” nos une a Dios y la vida humana queda asumida por “la justificación por la fe” que transforma la existencia de los hombres y mujeres creyentes. El unirse a Dios, introduce en la realidad mundana, la acción transformadora del Espíritu divino que “renueva la tierra”, donde se hace concreta la historia de la salvación. El “mundo de la gracia” tiene su realización en medio de nosotros, personas comunes y corrientes, pero que han creído, esperan y aman y amarán más allá de la muerte. Rm 5, 1-2 “Ya que hemos sido justificados por la fe, mantengámonos en paz con Dios, por mediación de nuestro Señor Jesucristo. Por El hemos obtenido, con la fe, la entrada al mundo de la Gracia, en el cual nos encontramos; por El, podemos gloriamos de tener la esperanza de participar en la gloria de Dios”. La gloria de Dios es eterna. Participar en la “Gloria de Dios” es una inmortalidad gloriosa para el cristiano. La Trinidad existe en medio del mundo, sin confundirse con ninguna forma de energía. Dios no tiene como función enfrentarse con el mundo, donde existimos: lo transforma para bien. Nuestra vida necesita ser salvada, liberada y sanada desde su misma raíz. Creer-esperar-amar, implica crecer en valores que transforman desde dentro la realidad mundana donde vivimos. La paciencia de ir cambiando de vida en medio del dolor, no es vana. El cristiano vive la esperanza como una fuerza fundada en el amor. El amor es central en la experiencia religiosa. Esto es un fruto de Espíritu Santo, que viene del Padre y de Jesucristo. Dice en: Rm 5, 3-5 “ Más aún, nos gloriamos hasta de los sufrimientos, pues sabemos que el sufrimiento engendra la paciencia, la paciencia engendra la virtud sólida, la virtud sólida engendra la esperanza y la esperanza no defrauda, porque Dios ha infundido su Amor en nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo, que El mismo nos ha dado”. El amor es inmortal y nos une con Dios, porque viene de Dios. 4.- Sin la Encarnación del Hijo de Dios, no habría sido posible la revelación del misterio de la Santísima Trinidad. La Trinidad no es una doctrina construida desde la racionalidad humana. Tampoco se reduce a un dogma teórico. Es una característica esencial del cristianismo. Sin Trinidad no hay cristianismo. Sin el don de la fe no es posible crecer en una “espiritualidad trinitocéntrica”. En Jn 16, 12-15 se nos revela la relación de Cristo con el Padre y con el Espíritu Santo. Dice: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero, cuando venga el Espíritu de verdad, El los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. El me glorificará, porque primero recibirá de Mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes". Es la unidad intra-trinitaria, modelo viviente y eterno de unidad y comunicación entre personas libres y creadoras de todo bien. Un Dios único y comunidad eterna de amor, no produce intolerancia ni un fanatismo religioso. Al contrario, nos enseña a construir un mundo nuevo de fraternidad con un Padre Universal, con un Hijo, que nos hace hijos en este Hijo y nos vivifica en un Espíritu divino, para ser transformados y transformar el mundo en una nueva sociedad armonizada con Dios, la naturaleza y humanidad, donde se hacen posibles todas las utopías solidarias que no fueron excluyentes o genocidas. Estamos llamados a transformar este mundo de injusticia, en un mundo de justicia y amor, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Mario Andrés Díaz Molina: Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule.

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