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viernes, 17 de mayo de 2013

EL ESPÍRITU SANTO, EN LA EXPERIENCIA RELIGIOSA.

1.- El cristianismo es imposible sin el Espíritu Santo. No hay “religión verdadera” sin “el soplo del Espíritu de Dios”. En Hech. 2, 1-11, se narra un “hecho religioso” fundamental en la vivencia espiritual de los apóstoles. Experiencia que pertenece a la estructura misma de la fe-esperanza-amor de un cristiano. La fe se manifiesta en el fondo mismo del sujeto creyente, que como persona es un ser social. Los cristianos viven su encuentro con Dios en comunidad. Hech. 2, 1 “El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar”. La fe es intrínsecamente eclesial. Desde la soledad de un monasterio contemplativo, siempre se ora por la Iglesia y la humanidad. La historia humana es un contexto permanente de la vida de fe. La espiritualidad nunca será una evasión. La “religiosidad del Espíritu Santo”, siempre se vive dentro de la situación material de la vida. En Hech. 2, 2 Se describe un fenómeno teofánico que no está fuera del tiempo ni es alucinógeno. Dice: “De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban”. Dios se manifiesta dentro de la sensopercepción humana, eleva al creyente sobre lo sensible, pero no lo saca de la realidad, evitando la alienación seudo-religiosa. 2.- Lo más inefable de lo espiritual, nunca anula la natural vivencia humana. Los dones de Dios, nunca deterioran la sensibilidad de los hombres y mujeres: la asumen. Nunca atropellan la conciencia personal que experimenta la vida divina. Dios habla desde los sentidos elevándolos a su intimidad misteriosa. En Hech. 2, 3 hay un signo sacramental: un fuego que expresaba una realidad que sobrepasaba lo sensible de ese fuego. Dice: “Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos”. El Espíritu Santo, absolutamente espiritual, inmaterial, eterno, divino y que está fuera de los condicionamientos del tiempo-espacio, se hace cercano, tangible y sobre todo, penetra en la realidad personal del creyente y lo dota de una dimensión sobre-natural, que no deshumaniza ni enajena; al contrario, promueve la comunicación humana que personaliza y socializa; desarrollando el amor al prójimo, al Otro, posibilitando la Iglesia-cuerpo místico de Cristo, como sociedad del amor. Sin el Espíritu Santo, no hay Iglesia ni magisterio ni misión evangelizadora ni santificación de los cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad de otros credos o culturas. 3.- En Hech. 2, 4 dice: “se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse”. La religión espiritual es una realidad cultural. El ser humano es encontrado por Dios dentro de una cultura. Un elemento central de toda cultura es el lenguaje, el idioma. El lenguaje encierra de alguna manera, las complejidades de las razas humanas. La diversidad de civilizaciones, formas culturales de sentir y representar la naturaleza, es un tema antropológico universal. Dios respeta esta creación humana. La libertad moral está situada en esta diversidad. Dios se incorpora en la humanidad, se encarna y para hacerlo tiene que nacer, crecer, trabajar, creer, esperar y amar, dentro de una cultura y religiosidad, que no es un sincretismo ni mezcla de creencias con el pretexto de universalidad. Cristo fue un judío que sintió, vivió y murió penetrado por la cultura, sicología y valores judíos. Esta realidad natural-histórica, en la vida de Cristo, llegó a su plenitud: el pueblo de Israel tenía la misión de preparar la venida del mesías, único salvador del mundo. De un particularismo cultural se pasó a un universalismo que sin anular lo particular, lo rescata desde la única luz que ilumina: el Verbo encarnado de Dios, quien nos envía al Espíritu Santo. 4.- La religación cristiana, une al hombre-mujer con Dios, sin sacarlo de su realidad terrenal. Esta realidad, sin ser divina ni parte de Dios, es vivificada por el único creador-salvador del mundo. El Salmo103, le canta a esta presencia espiritual de Dios. “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya. Bendice al Señor, alma mía; Señor y Dios mío, inmensa es tu grandeza. ¡Qué numerosas son tus obras, Señor! La tierra llena está de tus creaturas. Si retiras tu aliento, toda creatura muere y vuelve al polvo. Pero envías tu Espíritu, que da vida, y renuevas al aspecto de la tierra. Que Dios sea glorificado para siempre y se goce en sus creaturas. Ojalá que le agraden mis palabras y yo me alegraré en el Señor”. 5.- En 1Cor 12, 3-7. 12-13, se describe la acción del Espíritu Santo en la comunidad eclesial. La Iglesia es un cuerpo vivificado por el Espíritu divino. La fe no es una ideología, es un don que recibimos del Espíritu. 1Cor 12, 3 dice: “Nadie puede llamar a Jesús "Señor", si no es bajo la acción del Espíritu Santo”. Toda la vida eclesial se fundamenta en los dones de Dios. 1Cor 12, 4-7 “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. Cristo es la Iglesia, por sobre lo humano que posee defectos y cualidades. Por sobre los errores humanos, la Iglesia permanece y Cristo está presente en esta comunidad universal. Queda el testimonio de los fieles sinceros que denuncia la infidelidad de los falsos creyentes. Esta fe se vive en la diversidad cultural desde el misterio de la Iglesia-cuerpo místico de Cristo. 1Cor 12, 12-13 “Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu”. 6.- A los apósteles les dice Cristo: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo". Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar". Jn 20, 21-23. El perdón no se vive en un mundo aparte, alejado de un hombre-mujer podridos, repercute en la historia humana. El perdón que es divino, en el misterio de la Iglesia-cuerpo místico de Cristo, se hace signo salvífico. El arrepentimiento es un aspecto central de la redención. Sin arrepentimiento no hay salvación. Pero, el ser humano necesita del don divino del arrepentimiento. El Espíritu Santo hace realizable el arrepentimiento y el perdón como proceso interior. Esto supone una claridad de conciencia y una disposición moral para arrepentirse libremente del error cometido y así recibir el perdón de Dios, que justifica un ministerio y sacramento del perdón. Es un hecho radical, que viene de Dios, pero se vive en este mundo, entre los hombres y mujeres. Nosotros mismos necesitamos perdonar y ser perdonados, esto es un don del Espíritu de Dios. Mario Andrés Díaz Molina: Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule.

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