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miércoles, 27 de mayo de 2009

SARA ROSA CAMPOS CONCHA POESÍA INGENUA Y PROFUNDA (III Parte) por MARIO DÍAZ MOLINA

La intolerancia no está superada en todos los sectores de la cultura. Funcionan verdaderas mafias que se han apoderado de entidades culturales que por su cometido público, debieran ser pluralistas y abiertas. Algunos se creen con el derecho de imponer modas y discriminan a quienes no se regulan por sus criterios. En algunos concursos literarios se aplican “medidas ideológicas” que descalifican a los artistas de inspiración religiosa. Esto también es común en algunos medios de comunicación social masivos.
Max Weber, sociólogo alemán, sostenía que expresar la propia identidad y las opiniones personales, permitía conocer la real posición de las personas sobre temas importantes. Pero, para esto, la tolerancia es absolutamente necesaria. Es decir, el respeto a la diversidad es válido, cuando se conocen las diferencias culturales e ideológicas de las personas. Hay “personeros de la cultura” que no pertenecen al mundo democrático de la cultura del siglo XXI, y abusan de su poder.
Lo anterior se dijo, para referirnos al espacio literario que se le debe reconocer a Sara Campos, por sobre sus creencias y valores tradicionales.
La creación de Sara Campos tiene en su fondo una iluminación religiosa y contemplativa. Un crítico literario ateo
o agnóstico, tal vez, no comparte este espíritu, pero debe tolerarlo y respetarlo; analizando el texto literario como tal. No creo que esta actitud sea fácil de asumir para los que siguen pensando en términos totalitarios y anti-democráticos.
La promoción de una cultura abierta a la trascendencia es parte de un verdadero programa político-cultural, que debe estar entre los objetivos de una difusión cultural consciente de la diversidad humana.
Hoy los poetas cristianos comprometidos con la liberación de los pueblos latinoamericanos, buscan recrear una nueva síntesis del diálogo fe-vida-belleza-razón. Para este propósito es necesario recuperar las raíces, porque hay que construir en la historia, no en una alucinación ideológica. Las letras cristianas del pasado abundan, pero, no son del agrado de los últimos adoradores de las revoluciones culturales anti-religiosas del siglo XX. Por todo esto, la creación
multifacética de entidades culturales de inspiración humanista cristiana, es urgente.
Parte de esta visión tradicional, es la concepción del mundo rural que se quedó en la memoria humilde de la raza.
Sara Campos, le canta a estos paisajes perennes que rebosan de realidades físicas y subliminaciones meta-físicas,
que elevan la contemplación de la naturaleza a un nivel interior, donde, el sentido humano, celebra la liturgia primigenia de los reinos animados e inanimados. De sus versos surgen “símbolos vitales” qué concentran en su esencia, expresiones de la vida campesina chilena de a mediados del siglo XX.
En el poema El Trigo, encontramos una magnífica personificación, donde el trigo está en pié de igualdad con los otros personajes populares del campo de los pequeños agricultores, que tal vez, se ubican antes de la reforma agraria de los años 60. El pan, fruto del trigo, se convierte, en la poesía de Sara Campos en el cuerpo de Cristo. Es la culminación de la percepción estética-religiosa de la naturaleza. Este elemento literario espiritual sigue siendo válido
para el poeta cristiano actual. Esta poesía de fondo religioso es auténtica, no tan sólo, por su calidad literaria, sino que sobre todo, debe serlo por la vivencia religiosa de su creador o creadora.
El poema El Trigo, refleja una sensibilidad femenina, que en términos literarios, es sobria, no cae en un sentimentalismo fatuo. Además, es una creación inteligente de una mujer culta que fue capaz de ser romántica y socialmente consciente, lo cual es un mérito literario y moral.
EL TRIGO
Quería el trigo, sentir el sol de la primavera y alargó sus siete brazos cubriendo la sementera. Pero el sol quemaba tanto, durante el mes de noviembre que resecó sus bracitos aniquilados de fiebre. Dicen que este es un milagro que Dios le concedió al sol para menguar el delito de irradiar tanto calor. Todos los dedos del trigo transformados en espiga, están cuajados de oro de luminosas pepillas. Por eso el buen campesino, que es listo para mirar, trajo muchos segadores con sus oses a cortar. Luego vino el carretero con horquetas a llevar las gavillas ampulosas, de carga tan singular. Y en la era van dejando aquel precioso montón, pues, hay jinetes que esperan con impaciencia de acción. Son artífices las yeguas desgranando aquel joyal, con gritos imperativos girando en un carrusel. Ahora vino la avienta, ya sopla travieso el sur traspalando al grano rubio se purifica su luz. Luego lleva la carreta, muchas talegas de trigo guiando el quejido lento hacia el lejano molino. Que muelan luego las piedras que la harina hay que ocupar porque los niños del mundo a su madre piden pan. Que del corazón del trigo harina flor sacarán y en la Iglesia será Cristo consagrado en el altar.
En estos versos, lo profano tiene un alma religiosa natural que es parte de una totalidad.

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