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viernes, 1 de marzo de 2013

SI BIEN DIOS NOS AMA COMO SOMOS, NOS AMA DEMASIADO PARA DEJARNOS SOMETIDOS AL MAL: NOS PIDE UN CAMBIO DE VIDA!

¡SI BIEN DIOS NOS AMA COMO SOMOS, NOS AMA DEMASIADO PARA DEJARNOS SOMETIDOS AL MAL: NOS PIDE UN CAMBIO DE VIDA! DOMINGO 3 de Cuaresma- Ciclo "C" -3 de Marzo de 2013 -El tema de la Liturgia de este Domingo es la llamada a la conversión, tan propia de este tiempo de Cuaresma. En la Primera Lectura (Ex. 3, 1-15) vemos el relato del llamado de Dios a Moisés para preparar la salida de Egipto del pueblo de Israel y guiarlo a través del desierto a la Tierra Prometida. Destacan en esta lectura del Libro del Éxodo, entre otras cosas, la identificación de Dios como “Yo-soy “. ¿Qué significado tiene este misterioso nombre? Esta revelación de Dios a Moisés -y a nosotros- nos informa sobre la naturaleza y la esencia misma de Dios. Nos dice que Dios existe por Sí mismo y existe desde toda la eternidad. Dios siempre fue, Dios es y Dios siempre será. Dios no depende de nada ni de nadie, y todos los demás seres deben su existencia a Él y dependen de Él. Esto se llama en Teología “aseidad”, es decir, aquel atributo en virtud del cual Dios existe por Sí mismo y subsiste por Sí mismo y no por otro. Dios es la “Causa Primera” de todos los demás seres, y El no tiene causa. Todos los demás seres proceden de otro; Dios no. Dios se basta a Sí mismo. La “aseidad” es la fuente de todas las demás perfecciones de Dios. Entre otras cualidades, Dios es el Ser que subsiste por Sí mismo y que no tiene límites. Es dogma de fe, entonces, que Dios es el “Ser increado”; mientras nosotros somos creados. Es, además, el “primer Ser”, de donde derivan su existencia todos los demás. Es, también, el “Ser independiente”, que de nadie depende, mientras nosotros dependemos de Él. Es el “Ser necesario”, cuya no-existencia es imposible, mientras que nuestra existencia no es necesaria. Gran lección de humildad meditar sobre los atributos divinos contenidos en esa misteriosa frase: “Yo soy”. Además, el pensar en que Dios se identifica como “Yo soy” nos mueve también a tener más confianza en El, sobre todo en el sentido de vivir el presente, sin angustiarnos por el futuro y sin estar afectados por el pasado. Cuando pensamos en el pasado, con sus errores y en lo que pudo ser y no fue, no estamos en Dios, pues El no se identificó como “Yo era”. Cuando pensamos en el futuro con sus angustias e incertidumbres, no estamos en Dios, pues El no se identificó como “Yo seré”. Cuando vivimos en el presente, dejando a Dios la carga del pasado y las preocupaciones del futuro, sí estamos en El, pues El se identificó como “Yo soy”. Dios, entonces, prepara la salida de su pueblo de la opresión de los egipcios para hacerles atravesar el desierto durante 40 años antes de llegar a la Tierra Prometida. Y ese recorrido por el desierto tiene como fin ir purificando sus costumbres, ir domando su rebeldía, ir desapegando su corazón de los ídolos y de los bienes terrenos. En fin de cuentas, el paso por el desierto no sólo fue para llevar al pueblo de Dios a la Tierra Prometida, sino para enseñarlo a depender solamente de Él. De allí que el paso por el desierto tenga para nosotros también un sentido de conversión, porque si bien Dios nos ama como somos, nos ama demasiado para dejarnos así. Por eso nos llama a la conversión, especialmente en este tiempo de Cuaresma, y nos hace pasar por las vicisitudes del desierto. Para nosotros el paso por el desierto es una ruta de desapego, de cambio, de conversión profunda, para llegar a la total dependencia de Dios, a la total dependencia de Quien se identificó como “Yo soy”, el Ser Supremo, independiente, infinito, de quien dependemos totalmente... aunque a veces hayamos creído lo contrario. Nos portamos igual que el pueblo de Israel en el desierto, el cual nunca se decidió a una total entrega a Yavé, sino que tuvo sus vaivenes entre la obediencia a la Voluntad Divina y el reto a Dios, entre la confianza en la Providencia Divina y el reclamo a Dios, entre la fidelidad a Dios y la idolatría... La historia del pueblo de Israel en el desierto es muy parecida a nuestra propia historia personal. Por eso San Pablo en la Segunda Lectura (1 Cor. 10, 1-12), refiriendo los favores inmensos que Dios dio a los hebreos en el desierto, nos advierte contra una seguridad un tanto atrevida que solemos tener por el hecho de pertenecer al “nuevo” pueblo de Israel que es la Iglesia de Cristo. No basta esa pertenencia “oficial” a la Iglesia, sino que debemos intentar comportarnos de manera diferente a los israelitas en el desierto. Dice San Pablo que todos esos israelitas recibieron las mismas gracias: cruzaron el Mar Rojo, comieron el Maná, bebieron del agua de la Roca, etc. Pero, sin embargo “la mayoría de ellos desagradaron a Dios y murieron en el desierto”. San Pablo es claro: “Todas estas cosas le sucedieron a nuestros antepasados como un ejemplo para nosotros y fueron puestas en las Escrituras como advertencia para los que vivimos los últimos tiempos”. Así como San Pablo cataloga de “advertencias” las cosas que sucedieron en el desierto, el Señor nos trae otras “advertencias” en el Evangelio de hoy (Lc. 13, 1-9). Y ¿qué son esas “advertencias”? Son llamados de Dios a la conversión. Jesús mismo nos aclaró esto al menos en dos oportunidades. Una de ellas nos la presenta el Evangelio. Y veamos la reacción del Señor al ser informado acerca de una masacre “cuando Pilato había dado muerte en el Templo a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios”. Ante la información que le traen, Jesús no toma una posición de defensa nacionalista ante el poderío romano, sino más bien da una enseñanza que va más allá de las consideraciones humanas y políticas. Y aprovecha la ocasión para mostrar que ese sufrimiento no tiene nada que ver con la condición de los fallecidos. Y más importante aún: para hacer un dramático llamado al arrepentimiento, advirtiendo del riesgo que corremos si no nos convertimos. ¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que los demás galileos?, les pregunta. Y El mismo contesta: “Ciertamente que no”. Como para continuar el tema de la culpabilidad y el castigo, Jesús trae otro ejemplo similar a la discusión. “Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no”. Pero, mientras no seamos capaces de tomar las situaciones de persecuciones, de accidentes o de enfermedades como advertencias para cambiar de vida, para convertirnos, para arrepentirnos de nuestras faltas y pecados, estamos desperdiciando estas llamadas que Dios nos está haciendo para nuestra salvación. Dios nos habla claro: “Si mi pueblo se humilla, rezando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos caminos, Yo, entonces, los oiré desde los Cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7, 14). MARIO ANDRÉS DÍAZ MOLINA: Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule. (Título en trámite)

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