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domingo, 11 de enero de 2015

El Bautismo del Señor y la Santísima Trinidad. Reflexiones Teológicas Dominicales. 11-enero-2015.

El Bautismo del Señor y la Santísima Trinidad. Reflexiones Teológicas Dominicales. 11-enero-2015. San Juan Bautista predicada e impartía un Bautismo de conversión: ese Bautismo era como la aceptación de la conversión que se realizaba en aquéllos que, motivados por su predicación, deseaban cambiar de vida. Era un testimonio público de una vivencia interior que es fuente de una nueva forma de ser. De allí que llama la atención el que Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, se acercara a la ribera del Jordán, como cualquier otro de los que se estaban convirtiendo, a pedirle a Juan, su primo y su precursor, que le bautizara. Tanto es así, que el mismo Bautista, que venía predicando insistentemente que detrás de él vendría “uno que es más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias” (Mc. 1, 7-11), se queda impresionado de la petición del Señor. 1.- ¡Jesucristo se humilla hasta pasar por pecador, hasta parecer culpable, pidiendo a San Juan el Bautismo de conversión! Pero esta humillación no pretende ser una negación de su naturaleza divina-humana. Nos cuenta el Evangelio que “al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía sobre El en forma de paloma y se oyó una voz desde el cielo”, la voz del Padre que lo identificaba como su Hijo, el Dios-Hombre. Es así como en este bellísimo pasaje de la vida del Señor y de su Precursor, no sólo vemos la revelación de Jesucristo, como Hijo de Dios, sino también la revelación de las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad. San Juan Bautista nos da el testimonio de lo que ve y escucha: por una parte, puede ver el Espíritu de Dios descender sobre Jesús en forma como de paloma. Las palabras del Bautista describiendo el Espíritu Santo hacen recordar la mención del Espíritu de Dios en el Génesis, antes de la creación del mundo, cuando “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen. 1, 2). Tal vez ese “aletear” del Espíritu Santo hace que San Juan compare ese “aletear” con el aletear de la paloma. Además, San Juan Bautista escuchó la voz de Dios Padre que revelaba quién era Jesucristo: “Este es mi Hijo amado” (Mt. 3, 17). Es decir, en este pasaje del Evangelio vemos a la Santísima Trinidad en pleno: el Padre que habla, el Hijo hecho Hombre que sale del agua bautizado y el Espíritu Santo que aleteando cual paloma se posa sobre Jesús. 2.- El Bautismo de San Juan Bautista no es igual al Bautismo Sacramento. El Sacramento del Bautismo vino después, a partir del momento que Jesús ordenó a los Apóstoles a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El Bautismo que nosotros hemos recibido es mucho más que el bautismo de San Juan Bautista en el Jordán. Sin embargo, el Bautismo de Jesús nos recuerda nuestro Bautismo. Jesús es Dios. Jesús no necesitaba ser bautizado. Pero la revelación del misterio más íntimo de Dios: la trinidad de personas divinas, era un progreso de la revelación que debía ser revelado para bien de toda la humanidad. Dios se revela en Jesús como un ser vivo que no se reduce a una idea de lo perfecto. Tampoco Dios es un eterno solitario. Es en sí mismo un “amor amado que ama desde siempre” y por amor crea, salva, perdona, tolera o es misericordioso con los hombres y mujeres que cometen errores y se alejan de su verdadero destino que es encontrar en Dios la plenitud de vida y felicidad. El misterio de la Santísima Trinidad supera toda idea de Dios que se queda en un mero monoteísmo teórico. 3.- Recordar el Bautismo del Dios-Hombre es recordar nuestro bautismo. Pero también recordar la necesidad que tenemos de conversión, de cambiar de vida, para asemejarnos cada vez más a Jesucristo. Es recordar la necesidad que tenemos de purificar nuestras vidas concretas y no etéreas, en las “aguas del arrepentimiento y de la confesión de nuestros pecados”. Así podemos mantener “limpia la vestidura blanca de nuestro bautismo y mantener encendida la luz que recibimos ese día”. Esta simbólica es muy concreta y cotidiana, porque el bautismo no se reduce a un rito sin relación con la vida. Por el bautismo los cristianos son los ungidos de Cristo que viven congregados como una “comunidad trinitaria” que hace la voluntad del Padre. Recordar el Bautismo del Señor es también recordar nuestro futuro eterno, para que cuando nos llegue el momento de pasar a la otra vida, se “abran los Cielos” para nosotros como se abrieron en el Bautismo de Jesús y podamos escuchar la voz del Padre que, complacido, nos reconoce también como hijos suyos. Ser “hijos de Dios” no es un privilegio de un grupo cerrado que se diferencia de otra categoría inferior de creyentes. El bautismo cristiano es una “gracia” o un signo de salvación que Cristo instituyó para ser propuesto a todo ser humano. Su gracia se desarrolla libremente a lo largo de la vida. Conclusión: Lo divino es inefable, pero Dios no se queda en un misterio que opaca al ser humano. Dios no necesita vanagloriarse ante la humanidad, al contrario, se comunica con la creación, en especial con los hombres y mujeres, por amor a sus creaturas. La mente humana conoce a través de su sensibilidad. Lo espiritual humano emerge condicionado por la materia, incluso por lo orgánico. En otras palabras, lo invisible se hace presente a través de lo visible o palpable. El lenguaje humano reúne en su estructura fundamental esta doble característica: espiritual-material. Lo más trascendental se expresa en los límites de la neuro-biología humana. La Biblia está configurada dentro de esta realidad cultural-histórica y Dios asume esta situación y se revela asumiéndola. Dios nos habla con los símbolos creados y propagados por la cultura creyente. Ilumina nuestra sensibilidad y hace palpable para nosotros su presencia y acción salvadora. Así se manifiesta en el bautismo de Jesucristo. El Espíritu “aletea”, “se abren los cielos”, la luz resplandece, desciende el “Espíritu Santo en forma de paloma”, el amor de Dios se manifiesta, etc. Lo más espiritual no se manifiesta en forma etérea. El bautismo sacramental se hace posible en medio de nuestra naturaleza humana en todo sentido. Lo más “sobre-natural” lo vivimos en medio de la naturaleza creada por Dios. El mal afecta esta naturaleza, por lo mismo la redención, es una restauración y sanación de nuestras vidas y entorno. El bautismo cristiano nos vivifica para la vida eterna desde nuestra vida concreta y terrenal. Mario Andrés Díaz Molina: Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule. Estudiante de Magister en Ciencias Religiosas y Filosóficas. Mención Filosofía. UCM.

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