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sábado, 8 de diciembre de 2012

Un pueblo al servicio de la humanidad

Acoger el llamado a revitalizar la propia fe y estar al servicio de ella implica para la Iglesia retomar aquellas claves de autocomprensión que puso de relieve el Concilio Vaticano II. Durante los últimos meses hemos sido testigos de distintos acontecimientos eclesiales que, vistos en su conjunto, merecen una reflexión. En septiembre pasado, en nuestro país el Comité Permanente del Episcopado había presentado la Carta Pastoral “Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile”, generando reacciones de diversa índole. Por esos días falleció el padre Pierre Dubois y fuimos testigos de su multitudinario y festivo funeral. Por otra parte, recibimos la noticia de la renuncia del obispo de Iquique producto de una investigación por abuso sexual presentada a la Santa Sede. En tanto, el papa Benedicto XVI inauguró en Roma el Año de la Fe el pasado 11 de octubre: la misma fecha en que hace cincuenta años uno de sus antecesores, Juan XXIII, abría la primera sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II. Año de la Fe a 50 años del Concilio Vaticano II A lo largo de este año las páginas de Mensaje han ofrecido diversas aproximaciones a la celebración de los 50 años del inicio del Concilio. Es apropiado preguntarnos qué hemos de emprender para que se realice en plenitud su recepción y actualización en la vida cotidiana de la Iglesia. La reciente convocatoria de Benedicto XVI al Año de la Fe puede ser una oportunidad para revitalizar la acogida y los contenidos de la Buena Noticia que profesamos, volviendo una vez más a la fuente de la experiencia cristiana. De ella podemos volver a beber los criterios y actitudes fundamentales para nuestra existencia, con la conciencia de ser parte de un pueblo que camina porque se le ha hecho una promesa que lo moviliza. También será necesario interrogarnos por los modos en los que transmitimos a las nuevas generaciones la fe recibida, y si lo hacemos en lenguajes y códigos que la hagan comprensible y creíble. Y finalmente volver a preguntarnos, como en el Concilio: ¿qué es lo nuevo que el Espíritu está suscitando en la Iglesia y el mundo? Las situaciones históricas que nos toca vivir nos llevan a tomar conciencia de dimensiones y aspectos del Evangelio inéditos hasta ahora, y también a revisar con honestidad si estamos siendo respetuosos del Espíritu que sigue actuando en la historia. Compartir con equidad el desarrollo de Chile Siguiendo una tradición que se remonta justamente al tiempo del Concilio Vaticano II, el Episcopado chileno ha invitado, a los cristianos y a todos quienes quieran escuchar, a mirar críticamente el camino que estamos recorriendo juntos hacia el anhelado desarrollo. Más expuestos y desprovistos del prestigio de antaño, a los obispos se les ha reprochado que en su análisis, entre otras cosas, no reconozcan la eficacia del modelo económico chileno que —según cifras oficiales— ha posibilitado bajar la pobreza desde un 40 a un 15% en las últimas dos décadas. O bien que miren con simpatía a los movimientos sociales, casi de un modo demagógico y populista, a fin de congraciarse con las mayorías indignadas y así intentar recuperar la valoración en las encuestas de opinión, perdida por los casos de abusos conocidos desde hace un tiempo y por el modo de tratarlos. Sin embargo, el tono con el que los obispos proponen su mirada sobre la realidad parece indicar otra cosa: reconocen sus debilidades y faltas, así como su tardanza en proponer las necesarias correcciones, y desde ahí invitan a rectificar el camino al desarrollo, de manera que se superen las lógicas individualistas y atomizadoras, y de paso se recupere aquello que en su momento el cardenal Raúl Silva Henríquez denominó “el alma de Chile”. La mirada de los obispos sobre la realidad está empapada de fe en la acción del Espíritu Santo que conduce la historia y es una invitación a la conversión, como la que aconteció en la vida de Zaqueo, el cobrador de impuestos tenido por ladrón que, al encontrarse con Jesús que lo visitaba en su propia casa, enmendó el rumbo. Es conveniente en esta hora de nuestra historia considerar el camino que hemos recorrido juntos, atender las posibilidades que se ofrecen, levantar la mirada hacia quienes van quedando al borde del camino y preguntarnos hondamente: ¿hacia dónde vamos? ¿Hacia dónde queremos ir? La Carta Pastoral de los obispos es una invitación abierta, ofrecida con humildad. La relevancia de un testimonio creíble Al son de cantos y gritos que parecían olvidados, y con la participación de hombres y mujeres de distintas comunidades eclesiales y agrupaciones políticas y comunitarias, fuimos testigos de un acontecimiento sobrecogedor en el funeral de Pierre Dubois. Convertido en ícono de la defensa de los derechos humanos en tiempos de la dictadura, el padre Pierre ha sido valorado por amplios sectores del país como un sacerdote que compartió la suerte de los pobres y promovió métodos no violentos en la búsqueda de la justicia y el cambio social. Su despedida en la Catedral fue precedida por una procesión desde la población La Victoria que nos recordó el también agradecido adiós tributado a su vicario y compatriota André Jarlan, asesinado en 1986. Esto hizo evidente los contrastes y diferencias existentes al interior de la Iglesia y de la sociedad chilena, tanto en el modo de celebrar como en las opciones pastorales. Pero, más allá de las diferencias, difícilmente se puede negar que testimonios como los del padre Dubois hacen más creíble el Evangelio en la Iglesia y en la sociedad. Nuevos casos de abusos Casi simultáneamente, salió a la luz la acusación de abuso sexual contra el Obispo de Iquique, lo que motivó su renuncia mientras se efectúa la correspondiente investigación en la Santa Sede. En la forma como se ha abordado este nuevo escándalo apreciamos la disposición básica a enfrentar las responsabilidades —por dolorosas que sean—, la mayor transparencia y el surgimiento de una conciencia creciente de que nadie está por encima de la ley. ¡Cuán distinta sería la situación en otros casos de abusos conocidos, si se hubieran reconocido abierta y públicamente! Sin embargo, más que restregar los errores, nos sentimos invitados a valorar un modo más evangélico de asumir los escándalos que, de seguro, seguirán saliendo a la luz. Un pueblo reconciliado al servicio de la humanidad Acoger el llamado a revitalizar la propia fe y estar al servicio de ella implica para la Iglesia retomar aquellas claves de autocomprensión que puso de relieve el Concilio Vaticano II: somos pueblo de Dios, entre otros pueblos, que está al servicio de la humanidad y del bien común; somos un pueblo que experimenta que su misión de ser “signo e instrumento de salvación” no se debe a que carezca u oculte sus debilidades, sino a que primero se ha dejado reconciliar por Dios y con los demás. Desde esa autoconciencia eclesial, reiterada por nuestros pastores en la reciente Carta Pastoral, se comprende mejor la urgencia y la pasión por contribuir a “humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile”. Hay testigos, como Pierre Dubois, que desde la propia fragilidad y la cercanía con los pobres nos muestran la fuerza que viene de Dios, fuerza que nos impide detenernos en el camino hacia la búsqueda de un desarrollo más humano y para todos. ________ Mensaje Nº 614, noviembre, 2012.

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