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jueves, 2 de agosto de 2012

¡LA VIDA MISMA DE DIOS ES NUESTRO ALIMENTO ESPIRITUAL Y CORPORAL! DOMINGO 18 del Tiempo Ordinario - Ciclo "B" - 5 de Agosto de 2012 - Hemos oído hablar del maná en el desierto, y hasta usamos este término para significar que no debemos esperar que las cosas nos bajen del cielo, como ese alimento milagroso que fue el maná. El pasaje de la Biblia que viene como Primera Lectura de este domingo nos narra este prodigio alimentario. (Ex. 16, 2-4 y 12-15). Los hebreos habían sido sacados de la esclavitud a que estaban sometidos en Egipto en forma más que prodigiosa (las plagas de Egipto, la división del Mar Rojo, etc.). Y a pesar de todas esas muestras extraordinarias de la atención divina y del poder magnificente de Dios- al encontrarse en el desierto- comenzaron a protestar. Y a protestar en forma retadora y amarga: “Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos”. ¡Qué atrevimiento! Es cierto que protestaban a Moisés y Aarón, pero en el fondo el reclamo era contra Dios. Y ¿qué hace Dios? A pesar de la brutalidad del pueblo escogido, les muestra una vez más su amorosa atención y su maravilloso poder. He aquí la respuesta que envía Dios a través de Moisés a ese pueblo desconfiado: “Diles de parte mía: ‘Por la tarde comerán carne y por la mañana se hartarán de pan, para que sepan que Yo soy el Señor, su Dios’”. En la tarde se llenaba el campamento de codornices y todas las mañanas amanecía el suelo cubierto de una especie de capa como de nieve que servía de pan. Dios les daba el alimento material necesario para subsistir en la travesía por el desierto. Esa atención amorosa de Dios es lo que se denomina en Teología la “Divina Providencia”, por medio de la cual nos da, no sólo el alimento, sino todo lo que verdaderamente necesitamos. Dios conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y verdaderamente se ocupa de ellas. Si fuéramos perceptivos a las gracias divinas, podríamos darnos cuenta de cómo Dios se ocupa de nosotros directamente. Es Dios Quien se ocupa de “nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11), frase que Él mismo nos enseñó a decir en el Padre Nuestro. Los hebreos protestaron, a pesar de haber visto y vivido las maravillas que Dios hizo para salvarlos de la esclavitud de los Egipcios. Y nosotros, hombres y mujeres de hoy, seguimos protestando a pesar de que hemos conocido de esos prodigios y de muchísimos más que Dios ha hecho desde aquel remoto momento del éxodo de los israelitas del país de Egipto hace unos 3 1/2 milenios (3.400 años), hasta nuestros días. Al antiguo pueblo de Israel, Yavé tenía que domarlo, enseñarlo, entrenarlo, pues era de “dura cerviz” (Ex. 32, 9 y 33, 3). Era un pueblo primitivo, indómito, terco, inculto, rudo. Pero nosotros ya hemos conocido la salvación que Cristo nos vino a traer, ya hemos conocido el don de Dios. “Si conocieras el don de Dios” (Jn. 4, 10), dijo Jesús a la Samaritana. ¿Conocemos la Gracia Divina, la Vida de Dios que Cristo nos consiguió al redimirnos?‘. Con razón San Pablo nos alerta en la Segunda Lectura (Ef. 4, 17 y 20-24), que no debemos vivir como los paganos, con criterios vanos. Porque, si ya nosotros conocemos a Cristo, si ya Él nos ha enseñado a dejar el viejo modo de vivir, “ese viejo yo, corrompido por deseos de placer”, si ya sabemos que Dios se ocupa de nosotros… ¡cómo es que aún protestamos a Dios en cuanto nos llega cualquier dificultad! Estamos olvidando la atención cuidadosa y amorosa de Dios en nuestro diario vivir y también las muchas intervenciones extraordinarias que ha hecho a lo largo de nuestra vida y a lo largo de toda la historia de la humanidad. Podría tal vez caernos el reproche del Señor: “Me buscan porque comieron de aquel pan hasta saciarse”. ¿Cuántos son los que buscan a Dios por lo que Dios es y merece? Por otro lado, ¿cuántos son los que lo buscan por lo que creen merecer ellos? ¿No son los más aquéllos que buscan a Dios por cuestiones materiales, por ventajas temporales? Santa Teresa de Jesús bien habla de que debemos buscar, no los dones del Señor, sino buscar al Señor de los dones. Y Jesús es claro en este Evangelio: “No trabajen (no se afanen) por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la Vida Eterna y que les dará el Hijo del Hombre”. Así pues, ese alimento diario, que pedimos en el Padre Nuestro y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual. Los hebreos se alimentaron del maná en el desierto. Era un pan que bajaba del cielo, pero era un pan material. Sin embargo, nosotros tenemos un “Pan” mucho más especial que “ha bajado del Cielo y da la Vida al mundo”. Ese Pan espiritual es Jesucristo mismo, Quien nos enseñó a pedir “nuestro pan de cada día”. Él es ese Pan Vivo que bajó del Cielo para traernos Vida Eterna. Pero para ello es necesario, antes que nada, practicar bien el consejo de Cristo en este pasaje: “La obra de Dios consiste en que crean en Aquél que Él ha enviado”. Nos habla Jesús de la Fe, de la Fe en Él como Dios y de la Fe en todo lo que Él nos propone y nos pide. Una de estas proposiciones es la que Él anuncia en este pasaje evangélico es la fe de su presencia viva en ese Pan del Cielo que es el Sacramento de la Sagrada Eucaristía, proposición que fue causa de escándalo para los que le seguían, como veremos en las Lecturas de los domingos sucesivos. Cristo se nos da en alimento, y unirse a Él en la Sagrada Comunión es –antes que nada- aceptar la Verdad, inclinando nuestro entendimiento ante su Palabra, que nos dice: “Yo soy el Pan de la Vida. El que viene a Mí, no tendrá hambre y el que crea en Mí nunca tendrá sed”. No nos quedemos pendientes solamente del alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos. Dios ha dispuesto que el pan material, el cual carece de vida, nos mantenga y conserve la vida del cuerpo. Y también ha dispuesto para nosotros ese otro Pan Espiritual que es la Vida misma, pues es Cristo con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios. (*) Estudiante de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Educador Comunitario.

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