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sábado, 22 de octubre de 2011

¡LA PLENITUD DE LA VIDA: ES UNA FIESTA CELESTIAL!

¡LA PLENITUD DE LA VIDA: ES UNA FIESTA CELESTIAL!

DOMINGO 28 del Tiempo Ordinario - Ciclo "A" - 9 de Octubre de 2011 - Las Lecturas de hoy se refieren a la Fiesta que tendrá lugar en la eternidad, es decir, al "Banquete de Bodas" preparado por Dios nuestro Señor para todos los seres humanos al final de los tiempos. Se trata de nuestra salvación, de nuestra felicidad eterna con El para siempre en la Jerusalén Celestial, cuando Dios "enjugará toda lágrima y ya no existirá ni muerte, ni duelo, no gemidos, ni penas" (Ap. 21, 4) y viviremos en completa y perfecta felicidad para siempre.
Aquí, durante nuestra vida terrena, podemos “comer bien o pasar hambre, tener abundancia o escasez”, como lo dice San Pablo en la Primera Lectura (Fil. 4, 12-14 y 19-20). Se refiere el Apóstol, en este caso, al hambre y escasez material. Pero también agrega: “Todo lo puedo en Aquél que me da fuerza”. Es decir, que en esta vida tenemos todas las fuerzas necesarias venidas de Dios, para soportar cualquier dificultad, pues “Dios, con su infinita riqueza, remediará con esplendidez todas nuestras necesidades”. El Salmo del Buen Pastor (Sal. 22) nos habla de que el Señor siempre nos acompaña, aunque a veces pasemos por momentos difíciles. Y nos dice también que al final El mismo Señor “preparará la mesa, ungirá nuestra cabeza con perfume y llenará mi copa hasta los bordes”. Se refiere este pasaje del Salmo 22 a esa "Fiesta Escatológica" que la Palabra de Dios nos presenta en varios pasajes. Es el Señor mismo quien prepara la mesa y nos sirve, como lo indica San Lucas: “El mismo se pondrá el delantal, los hará sentarse a su mesa y los servirá uno por uno” (Lc. 12, 37).
La Primera Lectura de hoy también nos describe esta Fiesta por boca del Profeta Isaías: "El Señor del universo preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos; un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos" (Is. 25, 6-10).Y Jesucristo nos presenta esta Fiesta en el Evangelio de hoy por medio de la parábola del "Banquete de Bodas" (Mt. 22, 1-14). Se trata de la celebración de la Boda del Hijo de Dios con la humanidad. Y a esa Fiesta estamos invitados todos. ¿Boda del Hijo del Rey? ¿Bodas del Cordero? ¿Bodas de Jesús, el Cordero? Sí. Será la unión definitiva y para siempre de Cristo con su Iglesia, de Jesús, el Cordero, con cada uno de los salvados. Ese momento es crucial. Es el momento en que pasaremos de aquí a la eternidad. Es el momento más importante de nuestra vida en la tierra, porque en ese instante queda decidido para siempre nuestra situación para la eternidad: salvación (directa o vía purgatorio) o condenación. Quedará decidido si vamos a la Fiesta de Bodas del Cordero o no. Pero lo que se define en ese instante viene preparándose a lo largo de nuestra vida en la tierra. Por eso el Señor no cesa de recordarnos que debemos estar preparados, siempre preparados, cada vez mejor preparados, para que no nos suceda como el que llegó mal vestido a la Fiesta del Cielo y lo echaron fuera. Que tampoco nos suceda como los invitados que despreciaron la invitación.
Pero sucede que no todos respondemos a la invitación que Dios nos hace. En la descripción que hace San Mateo, vemos cómo algunos responden a la invitación del Señor y otros no. Y no respondieron porque tuvieron algo más importante que hacer. Así nos dice el Evangelista: "El Reino de los Cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir ... Uno se fue a su campo, otro a su negocio ..." Y ... ¡cuántas veces no hacemos nosotros lo mismo! Dios nos ofrece la oportunidad de ir a su Fiesta y de tener la felicidad para siempre, y... ¿cómo respondemos? Pueden haber cosas que parecen más importantes que asistir a la Boda del Hijo del Rey, pero nada es más importante que esa Fiesta: la Fiesta Escatológica, que sucederá al final de los tiempos. Y el Rey se disgusta, no sólo por el desprecio de sus invitados, sino porque, además, han matado a los que envió para invitarlos. Los enviados asesinados son los mártires de todos los tiempos: mataron a los Profetas del Antiguo Testamento, a San Juan Bautista, también a Cristo. Le siguieron los mártires del comienzo de la Iglesia. Y aún en nuestra era, no han cesado los martirios: el siglo 20 fue testigo del mayor número de mártires de todos los siglos. Pensemos en las persecuciones del comunismo contra la Iglesia católica. Recordemos las persecuciones en México y en España. ¡Nada más en la Guerra Civil Española hubo unos 10.000 mártires!
¿Qué nos dice el Evangelio sobre los que no acepten la invitación al Banquete Celestial? Es muy claro: otros serán invitados en lugar de los que no asistan. ¿Aceptamos la invitación? ¿La aceptamos ya repitiendo nuestro sí constante y permanente? ¿Diciendo siempre sí...no importa la exigencia, no importa la situación, no importa si pasamos por cañadas oscuras o valles de verdes pastos, como rezamos el Salmo? San Lucas, al relatar esta Fiesta Celestial nos habla de que el anfitrión invitó luego a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos (Lc. 14, 22) . Y ¿quiénes son esos minusválidos que el Señor invita debido a la ausencia de los invitados iniciales? Son todos aquéllos que el mundo considera insuficientes: los pobres de corazón, que saben que no tienen nada si no tienen a Dios; los inválidos -inválidos espirituales- que saben que no pueden valerse sin la ayuda de Dios; los cojos que saben que necesitan las muletas que sólo Dios puede ofrecerles; los ciegos que saben que necesitan la luz de Dios para poder ver. Los sabios según la sabiduría de este mundo, los orgullosos, los presuntuosos, los apegados a las cosas del mundo y a los bienes materiales corren el riesgo de ser invitados y de no asistir, por no darse cuenta de que la invitación del Señor es infinitamente más importante que cualquier negocio, cualquier preocupación material, cualquier apego terreno.
Y corren el riesgo, también, de no estar vestidos adecuadamente y de ser echados fuera. No estar bien vestido significa no tener la suficiente preparación espiritual para poder ser aceptado en la Fiesta de la Salvación. Significa esta parte de la parábola que no basta ser invitado, tampoco basta haber entrado al banquete (es decir, formar parte de la Iglesia). Se requiere estar debidamente preparado: vivir en estado de gracia, vivir en amistad con Dios. Así podremos formar parte de esa muchedumbre de toda raza, pueblo y nación con vestidura blanca, lavados nuestros trajes en la sangre del Cordero. (Ap. 3, 4)

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