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viernes, 7 de enero de 2011

Fiesta del Bautismo del Señor.

- Ciclo "A" – Domingo, 9 de Enero de 2011 - En las Lecturas de este día vemos cómo San Juan Bautista preparaba al mundo de su época y de su región para el momento de la revelación de Jesucristo, el Mesías prometido, esperado por el pueblo de Israel. El Bautista predicaba la conversión, el cambio de vida. El Bautismo que Juan impartía significaba la aceptación de la conversión de aquéllos que, motivados por su predicación, deseaban arrepentirse para poder optar por el Reino de los Cielos, que Juan anunciaba y que el Mesías vendría pronto a establecer. Vemos, entonces, cómo el Bautismo que Juan impartía era un Bautismo de conversión. Los que deseaban cambiar de vida eran bautizados por él con agua y este bautismo no era como el Bautismo que nosotros conocemos y recibimos como Sacramento, sino que era así como la aceptación de ese cambio que ellos estaban dispuestos a hacer en sus vidas. En efecto, nos dice el Evangelio de San Lucas que la gente al preguntar a Juan qué debían hacer para convertirse, él les recomendaba: el que tenga qué comer, dé al que no tiene; a los cobradores de impuesto les decía que no cobraran más de lo debido; a los soldados, que no abusaran de la gente y que no hicieran denuncias falsas. Y así iban llegando a arrepentirse y a bautizarse con San Juan Bautista.
De allí que llama la atención el que Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, se acercara a la ribera del Jordán, como cualquier otro de los que se estaban convirtiendo, a pedirle a Juan, su primo y su Precursor, que le bautizara. Tanto es así, que el mismo Bautista, que venía predicando insistentemente que detrás de él vendría “uno que es más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias” (Mc. 1, 7), se queda impresionado de la petición del Señor.Y vemos en el Evangelio que San Juan Bautista le discute: “Soy yo quien debe ser bautizado por Tí, ¿y Tú vienes a que yo te bautice?” Sin embargo, el Señor lo convence: “Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere. Entonces Juan accedió a bautizarlo” (Mt. 3, 14-15).
En efecto, Jesús, Quien nos dijo varias veces que vino a este mundo para hacer la Voluntad del Padre, insiste en esto desde el comienzo de su vida pública. Nos da una muestra de aceptación de “todo lo que Dios quiere”. Nos da ejemplo a imitar: cumplir con todo lo que el Padre tiene dispuesto. Jesús, en el Jordán quiso presentarle al Padre los pecados del mundo; es decir, quiso presentarnos a nosotros como lo que somos: pecadores. ¡Todo un Dios, en Quien no puede haber pecado alguno, se pone en lugar de la humanidad pecadora, haciéndose bautizar! Y esos pecados, los pecados del mundo, El los toma sobre sí en la Cruz y nos redime de ellos. De allí que desde el Jordán, San Juan Bautista, al ver a Jesús acercarse, lo reconoce como el nuevo Cordero que sustituiría al cordero que se sacrificaba en cada cena de Pascua, y dice esto de El: “Ahí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo” (Jn. 1, 29). Al presentarnos como pecadores, Jesús desea mostrarnos el sentido y la necesidad del arrepentimiento. En eso consistía el Bautismo de Juan: arrepentirse de los pecados primero. Luego el agua venía a confirmar ese arrepentimiento.
El hombre y mujer actuales, son invitados a iniciar un proceso de arrepentimiento y conversión, para cambiar al mundo donde viven y mueren. Este cambio culminará al final de la historia. Nadie se convierte de una vez para siempre, es una transformación permanente, cotidiana y nunca se reduce como se puede colegir, a una experiencia exclusivamente individual e intimista. Con mi cambio, voy cambiando mi entorno. Se puede decir que por mi bautismo, pasa en proceso, el nuevo mundo de Dios.

Estudiante de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule
marioandresdimo@hotmail.com cel. (09) 77477825

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