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sábado, 13 de octubre de 2012

¡HOMBRE RICO EN SENTIDO BÍBLICO, ES TODO AQUÉL QUE CONFÍA MÁS EN LOS BIENES MATERIALES QUE EN DIOS Y POR ESTO NO ES SABIO!

¡HOMBRE RICO EN SENTIDO BÍBLICO, ES TODO AQUÉL QUE CONFÍA MÁS EN LOS BIENES MATERIALES QUE EN DIOS Y POR ESTO NO ES SABIO! Domingo 28 del Tiempo Ordinario-Ciclo “B” 14 de octubre de 2012. Las Lecturas de hoy nos presentan a la Sabiduría Divina en oposición a las riquezas. Comenzando con la Primera Lectura del Libro de la Sabiduría (Sb. 7, 7-11), se nos hace ver que la Sabiduría es por mucho preferible a los bienes materiales y a cualquier clase de riquezas, sea cual fuere, no importe su valor. Por cierto, no se refiere el texto a la sabiduría de saberes humanos, sino la Sabiduría que viene de Dios. ¿Qué es la Sabiduría? Es aquel don mediante el cual podemos ver las cosas, las personas, las circunstancias de nuestra vida como Dios las ve; nos permite apartarnos de nuestros criterios humanos -limitados y equivocados- para ver desde la perspectiva de Dios. Esa Sabiduría la elogia así la Primera Lectura: “La prefería a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza... todo el oro, junto a ella, es un poco de arena y la plata es como lodo”. Ningún poder, ninguna joya, ninguna riqueza puede compararse con la Sabiduría. Por eso San Pablo considera “pérdidas” todas las “ganancias humanas” y considera “basura” cualquier cosa, comparada con Cristo, el Hijo de Dios, la encarnación de la Sabiduría misma. (cfr. Flp. 3, 7-8). Quien quiera dejarse llevar por la Sabiduría Divina debe, primero que todo, leer, escuchar, meditar y comenzar a vivir la Palabra de Dios, porque -como nos dice el mismo San Pablo en la Segunda Lectura (Hb.4, 12-13): “La Palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma... y descubre los pensamientos e intenciones del corazón”. Nadie puede permanecer indiferente si se deja escudriñar por la Sabiduría de Dios contenida en su Palabra. Si nos dejamos guiar por la Sabiduría Divina, tarde o temprano quedamos desnudos, todo queda al descubierto y... o cambiamos para dejarnos guiar por la Sabiduría o nos oponemos a ella. Que equivale a decir que nos oponemos a Dios, pues Dios es la Sabiduría misma. Uno de los temas más delicados e incomprendidos de la Sabiduría Divina nos lo narra el Evangelio de hoy (Mc. 10, 17-30). Se trata del suceso del joven que se le acercó corriendo a Jesús para pedirle su consejo: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. La primera cosa que resalta es la inmediata respuesta de Jesús: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino Dios”. Con esto el Señor quiere hacer saber al joven que se ha dado cuenta de su fe. Prácticamente, le hace notar que se ha dado cuenta de que El es Dios. Por ello quizá, Jesús avanza un poco más y no sólo le propone lo básico -los 10 Mandamientos- sino que “mirándolo con amor”, le propone la máxima expresión de Sabiduría: renuncia de todos los bienes terrenos, para seguirlo a El, Sabiduría Infinita. Es una invitación a desestimar la riqueza para estimar sólo a Dios. Este personaje hubiera sido uno de los Apóstoles, pero lamentablemente, hoy ni siquiera sabemos su nombre: lo conocemos simplemente como el joven que no supo seguir a Cristo, “porque tenía muchos bienes”. Y... ¿nosotros? ¡Cuántas veces no hemos hecho lo mismo que este joven! ¿Cuántas veces no hemos preferido las riquezas, el poder, las glorias, lo pasajero de este mundo, a Dios? ¿Cuántas veces nos hemos aferrado a lo perecedero, a lo que se acaba, a lo frívolo y vacío, para decir que no a Dios? ¿Cuántas veces no hemos dicho que no a Dios, para cambiarlo por una posición, un dinero, una joya, un poco de riqueza? De allí la grave sentencia del Señor: “Más fácil le es a un camello entrar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios”. Algunos exégetas comentan que en realidad esta frase del Señor no era la hipérbole (exageración) que parece ser, sino que se refería a la dificultad que los camellos tenían para traspasar una de las puertas de entrada de Jerusalén, llamada justamente “El Ojo de la Aguja”. Con todo y que esta explicación “deshiperboliza” el comentario de Jesús, la dificultad para los ricos sigue existiendo. Y ¿quiénes son los ricos? Jesús lo explica de seguidas en este mismo texto: “rico = el que confía en las riquezas”. Rico, entonces es todo aquél que confía más en los bienes materiales que en Dios. Ricos son todos los que, igual a este joven, prefieren las riquezas a Dios... o inclusive aquéllos que convierten a las riquezas en su dios. No es éste el único pasaje del Evangelio en el que aparece la riqueza como un obstáculo muy difícil de superar para alcanzar la salvación. Pero... ¿es que la riqueza es mala en sí misma? No parece ser así. Lo que sucede es que los seres humanos tenemos una tendencia muy marcada y muy peligrosa de apegarnos de tal forma a las riquezas que llegamos a colocar los bienes materiales por encima de Dios o, inclusive, en vez de Dios. Sin embargo, la mayoría de los seres humanos parecemos no darnos cuenta de esto, sino que nos apegamos ¡tanto! a las riquezas y ganancias humanas, como si ellas lo fueran todo. De allí la sentencia del Señor, que se completa con esta otra frase: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Por cierto, los discípulos se asombran y preguntan: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Contesta el Señor: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”. No hay salvación fuera de Jesucristo, el Hijo de Dios. Para El todo es posible, aún la salvación de aquéllos que prefieren las riquezas a Dios. Ahora bien, nuestra salvación no es posible sin nuestra colaboración; es decir, sin nuestra respuesta positiva a la gracia divina. Que el Señor, para quien todo es posible, pueda desapegarnos de las riquezas y hacer que las tengamos por “basura” al compararlas con la Sabiduría y con Dios mismo. Siendo el 15 de octubre la fiesta de esa “sabia” Doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús, incluimos palabras suyas sobre este tema: “Aunque duraran siempre los deleites del mundo, las riquezas y gozos, todo es asco y basura comparados con los tesoros divinos” (Moradas VI, 4, 10-11). Sin embargo, pensemos en los que, teniendo una llamada especial del Señor –como la que tuvo el joven rico- sí han dejado todo por El. Los Apóstoles en este pasaje le dicen al Señor: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”, a lo que Jesús responde: “Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por Mí y por el Evangelio, dejará de recibir en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna”. (*) Estudiante en Práctica Profesional de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

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