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domingo, 21 de octubre de 2012

EL SENTIDO CRISTOCÉNTRICO Y EUCARÍSTICO DEL SUFRIMIENTO.

EL SENTIDO CRISTOCÉNTRICO Y EUCARÍSTICO DEL SUFRIMIENTO. Domingo 29 del Tiempo Ordinario-Ciclo “B”-21 de octubre 2012.Las Lecturas de hoy se refieren al sufrimiento. En la Primera Lectura del Antiguo Testamento se anuncian los sufrimientos de Cristo y su finalidad. “El Señor quiso triturar a su siervo con el sufrimiento”, anunciaba el Profeta Isaías. “Cuando entregue su vida como expiación... con sus sufrimientos justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos” (Is. 53, 10-11). En efecto, nos dice el Evangelio (Mc. 10, 35-45): “Jesucristo vino a servir y a dar su vida por la salvación de todos”. Y el sacrificio de Cristo, anunciado desde el Antiguo Testamento y realizado hace 2012 años menos 33 (hace 1979 años), se re-actualiza en cada Eucaristía celebrada en cada altar de la tierra. ¡Gran milagro! “El más grande de los milagros”, lo proclamaba el Papa Juan Pablo II en una de sus Catequesis de los Miércoles del año 2000, dedicada a la Eucaristía. Y nos comentaba Juan Pablo II en su Encíclica sobre la Eucaristía («Ecclesia de Eucharistia») que los Apóstoles, habiendo participado en la Última Cena, tal vez no comprendieron el sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo en el Cenáculo. Aquellas palabras vinieron a aclararse plenamente al terminar el Triduo Santo, lapso que va de la tarde del Jueves Santo hasta la mañana del Domingo de Resurrección. Nos dice el Papa que la institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, comenzando con la agonía de Jesús en el Huerto de Getsemaní. Vemos a Jesús que sale del Cenáculo, baja con los discípulos, atraviesa el arroyo Cedrón y llega al Huerto de los Olivos. En aquel huerto habían árboles de olivo muy antiguos, que tal vez fueron testigos de lo que ocurrió aquella noche, cuando Cristo en oración experimentó una angustia mortal. La sangre, que poco antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación al instituir la Eucaristía durante la Ultima Cena, comenzaría a ser derramada con los azotes, la corona de espinas, y su efusión, hasta la última gota, se completaría después en el Gólgota. Y entonces su Sangre se convierte en instrumento de nuestra redención. “En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa «contemporaneidad» entre aquel Triduo y el transcurrir de todos los siglos” (JP II-Ecclesia de Eucaristía) Recuerdo. Memorial. Re-actualización. Son todas palabras que definen lo que realmente sucede en la Santa Misa. Es decir en cada Eucaristía se recuerda, se revive, se re-actualiza, más aún, se hace presente el Sacrificio de Cristo: su muerte para salvación de todos. Estamos en el Calvario cuando estamos en Misa. La escena del Calvario se hace presente en la Misa. ¡Gran Milagro! Nos dice la Encíclica que cuando se celebra la Eucaristía… se retorna de modo casi tangible al momento de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, se retorna a su «hora», la hora de la cruz y de la glorificación. A aquella hora vuelve espiritualmente todo Presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella”. En la Segunda Lectura (Hb. 4, 14-16), San Pablo nos habla de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote. El Sumo Sacerdote era el jefe del Templo en el Antiguo Testamento, el que ofrecía la víctima del sacrificio. Jesucristo, entonces, no sólo es Sumo Sacerdote, sino que El mismo es la Víctima. Y San Pablo nos recuerda que Jesús pasó por el sufrimiento, que El comprende nuestro sufrimiento, pues El lo experimentó hasta el extremo. Tembló ante el sufrimiento y la muerte, pero lo hizo todo para nuestra salvación. Jesús no retrocede ante la perspectiva del dolor y el sufrimiento extremo. De hecho comentó a un grupo de sus seguidores después de su entrada triunfal a Jerusalén, días antes de su muerte: “Me siento turbado ahora. ¿Diré acaso al Padre: líbrame de la hora. Pero no. Pues precisamente llegué a esta hora para enfrentar esta angustia” (Jn. 12, 27). Y justo antes de plantearnos su angustia nos pidió a nosotros que hiciéramos como El: “Si el grano de trigo no muere, queda solo, pero si muere da mucho fruto. El que ama su vida la destruye, y el que desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna” (Jn. 12, 25-26). Si El sufrió, El sabe lo que nos está pidiendo. Si El sirvió, El sabe lo que nos está pidiendo. “Acerquémonos, por tanto, en plena confianza, al trono de gracia”. No hay que temer al sufrimiento. Hay que acercarse a éste “en plena confianza”. El sufrimiento es un “trono de gracia”. El Evangelio de hoy nos narra lo que sucedió enseguida de que Jesús, aproximándose con sus discípulos a Jerusalén, les anunciara por tercera vez su Pasión. (cfr. Mc. 10, 32-34). Ahora bien, lo insólito está en observar que enseguida de este patético, pero también esperanzador anuncio -pues lo cierra el Señor asegurándoles que a los tres días resucitará- los hermanos Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, los más cercanos a Jesús además de Pedro, parecen no darle importancia a lo anunciado y le piden -¡nada menos!- estar sentados “uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Poder y gloria. Posiciones y reconocimiento. Y les pregunta si están dispuestos. No habían siquiera comenzado a comprender el misterio de la cruz, pero ambos, Santiago y Juan, responden que sí están dispuestos. No sabían lo que decían, pero su respuesta fue “profética”, pues a medida que fueron comprendiendo el misterio del seguimiento a Cristo, supieron sufrir y morir por El. Pero primero tuvieron que renunciar a ser los primeros, para convertirse en servidores, como su Maestro. El, siendo Dios, el Ser Supremo, ha venido “a servir y a dar su vida por la salvación de todos”. Es lo que se re-actualiza en cada Eucaristía. Es lo que cada uno de nosotros debe re-actualizar en su vida: servir, aún en el sufrimiento, en la cruz de cada día, en la muerte, para la salvación propia y de otros. Bien integraba estos dos temas de la honra y el sufrimiento, Santa Teresa de Jesús, con su usual sentido común y profundidad espiritual: “¡Oh Señor mío! Cuando pienso de qué maneras padecisteis y como no lo merecíais, no sé dónde tuve el seso cuando no deseaba padecer... ¿En qué estuvo vuestra honra, Honrador nuestro? No la perdisteis, por cierto, en ser humillado hasta la muerte. No, Señor, sino que la ganasteis para todos” (Camino, 15, 5; 36,5). Nuestra honra no está en las honras pasajeras de los reconocimientos humanos. Nuestra honra está en la gloria eterna, la cual ha ganado para todos con su muerte y resurrección, Jesucristo, nuestro Salvador. (*) Estudiante en Práctica Profesional de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

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