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domingo, 18 de octubre de 2015

Temor supersticioso y fragmentación de la vida eclesial de los fieles laicos. Reflexiones Teológicas Dominicales. 11-octubre-2015.

A.- Una señora que vive en Cueva del León, un lugar rural de la comuna de San Javier, hace un tiempo, comentaba que el párroco de Melozal le había dicho: “con esta mano (izquierda) maldigo y con esta mano (derecha) bendigo”. Según ella le tiene miedo, porque la puede maldecir. Otras personas le han escuchado decir lo mismo. Hay un temor supersticioso alrededor de este cura, que deforma su figura de “padre espiritual”. Algunos para “estar en la buena”, como dicen, le pagan misas privadas y así “capean el miedo” si es que le tienen miedo y es cómodo, porque no tienen que ir a las capillas o al templo (Es lo que dicen). Pero, la mayoría sigue practicando una “religión de rituales”, asistiendo en forma pasiva a funerales, bautizos, primeras comuniones y en otras ocasiones, perdiéndose por meses u años del templo parroquial o capillas. Los católicos de este lugar rural, no existen como una comunidad fraternal que se esfuerza por cohesionarse como una “Iglesia unida que se preocupa de sus miembros”. B.- Pero, esto no es muy diferente a lo que ocurre en todas partes. Las pocas comunidades de fieles laicos contrastan con una masa de creyentes que viven sus creencias en forma individual y sin sentido de pertenencia a una Iglesia como familia de Dios. Incluso, estas comunidades no están relacionadas entre sí. Algunas organizaciones laicales, se relacionan una que otra vez, pero ¿existe una conciencia eclesial que tenga como un objetivo, entre otros, conocerse mutuamente y cultivar un constante acercamiento entre los fieles organizados, de otras parroquias, diócesis, países, etc.? Es evidente que miles de creyentes no se pueden conocer o relacionar como los miembros de una pequeña comunidad parroquial o de una capilla. Es humanamente imposible que miles se conozcan íntimamente y vivan en la vecindad, pero en esto hay un aspecto que muy pocas veces se menciona: el Espíritu Santo. La unidad de la Iglesia es un don divino y los cristianos conscientes, lo cultivan en la medida humana de lo posible y el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, hace lo que falta para que todos los fieles tengan un mismo sentir y esto necesariamente, sin conocerse. Pero, hay que buscar siempre minimizar las distancias entre las comunidades cristianas, en lo posible. 1.- En la medida que los laicos se relacionen entre si y se organicen para hacer de la Iglesia una organización global, que promueva una conciencia de pertenencia, a pesar de las distancias territoriales y dificultades para comunicarse, incluso por sobre naciones, razas y sistemas político-económicos, se podrá rescatar la “Religión cristiana” del poder de los que usan la superstición de la gente para dominar y abusar. La unidad cristiana efectiva, tiene como desafío superar la fragmentación clasista y egoísta de la actual sociedad neo-liberal. Han sido los intereses más sórdidos los que han dañado la misión de la Iglesia, debilitando su fuerza transformadora, evitando que se construya una civilización inclusiva, fundada en la misericordia cristiana, tolerancia civil, formas comunitarias de vida y solidaridad. Los peores enemigos de la Iglesia, siempre son los internos. Un mal sacerdote hace más daño moral y espiritual que un anti-cristiano o anti-clerical. Un grupo de laicos que se adueñan de una comunidad cristiana impidiendo la diversidad, hacen más daño que una televisión materialista y promotora del sexo como libertinaje y evasión. 2.- En el mismo caso de los abusos sexuales, los laicos conscientes tienen que organizarse como redes de prevención, denuncia y reparación a nivel mundial, relacionándose con entidades o fundaciones que se han especializado en este tema. Hoy es posible organizarse en redes, gracias a la moderna tecnología digital. A través de la red, se hace posible promover una Iglesia masiva de laicos. Un laicado adulto consecuente y fiel a Cristo, hará posible depurar y renovar la vida interna y pública de la Iglesia y un fruto muy importante, será un nuevo modelo de sacerdote, obispo o cardenal, que no siga perpetuando el clericalismo y apoye la construcción de una Iglesia fraternal, comunitaria e inclusiva, que sea una organización de la misericordia que a su vez, ayude a que la sociedad civil, sea una organización de la tolerancia y el pluralismo centrado en el valor de la persona y en sus derechos y deberes de alcance universal. 3.- Contra este ideal de creyente cristiano e Iglesia, se opone una forma alienante de religiosidad, que no es una relación de personas libres en lo espiritual y mental. Hay creyentes que ya hemos mencionado aquí, que no se relacionan con los demás y con Dios sanamente: comprar o creen comprar lo sagrado y alguien se los vende, tienen miedos pseudo-religiosos, se hacen cómplices de abusos, etc. Pierden su integridad personal. Un caso concreto, es la víctima de un abuso sexual que no denuncia a su abusador y deja que este siga abusando de otras víctimas. No importa que se siga abusando de otros niños o adolescentes, el abusado se transforma en un cómplice. Es un círculo vicioso que hace posible la impunidad. Conclusión: Los laicos católicos, que viven su fe-esperanza-amor, y son conscientes que son Iglesia, tarde o temprano sienten que tienen que organizarse desde donde viven, para compartir la vida espiritual que llevan en su interior y necesitan discernir, ojalá con el apoyo de sacerdotes sanos y santos, consagrados a una vida religiosa auténtica. Si no hay sacerdotes cercanos y sanos en sentido espiritual, de todas maneras tienen que organizarse y crecer en conciencia eclesial, su perseverancia tendrá como fruto el desarrollo de la Iglesia y el surgimiento de vocaciones sacerdotales que completarán la vida sacramental. Así fue en la Iglesia primitiva, primero se generó la santidad de la familia que hizo posible ambientes, donde germinaron las vocaciones a una vida consagrada en castidad y virginidad de hombres y mujeres. Los primeros obispos, presbíteros y diáconos eran casados en su mayoría. Basta leer el Nuevo Testamento. Un celibato sano y santo es fruto de una Iglesia de familias cristianas sanas y santas. (*) Mario Andrés Díaz Molina: Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule (Este comentario fue publicado en El Heraldo, diario local de Linares, el domingo 11 de octubre del 2015)

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